Camino a Utopía
LOS COLORES DEL ALMA - del blog CAMINO A UTOPIA
Eloisa se sentaba cada
mañana en aquella mesa del rincón de la gran sala donde los niños
jugaban. Adrián, el psicólogo del orfanato, nunca la había visto sonreír
desde que llegara, un día lluvioso de febrero, pocas semanas después de
la muerte de sus padres en el gran terremoto que sufrió el país. Tenía
cinco añitos y sabía que con esa edad sería muy difícil que la
adoptaran.
Esa mañana le había
traído un regalo. Se acercó y puso ante la niña un cuaderno de dibujo y
una caja grande de rotuladores de colores. La niña lo miró. Su pena se
derramaba seca por sus pequeños ojitos azules y desgarraba el alma de
cualquiera que la mirara.
- ¿Quieres pintar Eloisa? – le preguntó con un nudo en la garganta.
Ella no dijo nada, ningún
gesto apareció en su rostro. Abrió la caja y se puso a pintar, en
silencio, garabatos de colores sobre aquella cuartilla blanca. Cuando
terminó, Adrián se acercó nuevamente a ella. Maravillado, pudo
contemplar uno de los dibujos más hermosos que había visto nunca en un
niño de su edad. Había utilizado todos los colores, que ahora, aparecían
esparcidos por la mesa. Todos menos uno, que permanecía dentro de la
caja: el de color negro.
Se alegró mucho ya que pensaba, ingenuamente, que Eloisa no estaba tan mal como había supuesto.
- Puede que al ser
pequeña no haya comprendido el significado de la ausencia de sus padres
en toda su magnitud – le había comentado a una cuidadora al día
siguiente.
Los días pasaban
lentamente y Eloisa seguía sentándose en su mesa del fondo dibujando
garabatos con sus rotuladores de colores. Y cada día la preocupación de
Adrián iba en aumento. Los dibujos de la niña eran cada vez más
sombríos, los vivos colores que utilizara al principio estaban siendo
sustituidos gradualmente por otros más apagados que mezclaba con el
negro.
Meses después de empezar
con esta terapia, Adrián se quedó desolado. Eloisa había cubierto
completamente la hoja de papel con una gama de grises hasta llegar al
negro. No aparecía a la vista ni un poquito del blanco del soporte,
incluso había pintado parte de la mesa. Todos los colores permanecían
dentro de la caja y en su mano, agarrándolo con fuerza, el único que
había utilizado: el rotulador negro. El dibujo trasmitía la misma pena
que había contemplado en sus ojos los primeros días.
Al día siguiente, Adrián
se sentó al lado de la niña y volvió a darle la caja de colores y el
cuaderno aunque sabía que aquello ya no estaba ayudando a Eloisa. Ella
cogió nuevamente y para su impotencia, el rotulador negro. Pero esta vez
la niña no pinto ningún garabato, se limitó a contemplar la hoja en
blanco y tras unos minutos eternos, miro a Adrián y le dijo:
- Este color ya no pinta.
- Pero si ni siquiera lo
has intentado – repuso el psicólogo. Y cogiendo el rotulador de las
manos de la niña hizo un trazo en la cuartilla.
Para su sorpresa, ella cogió la hoja y la arrugó, tirándola seguidamente al suelo y volviendo a repetirle:
- Este color ya no pinta -
le dijo mirándolo fijamente a los ojos, pero esta ves con una gran
sonrisa que le llenó el corazón de alegría. Era la primera vez que había
visto sonreír a Eloisa. Sus ojos habían cambiado, ahora eran alegres y
risueños.
Adrián comprendió que,
sin saber como, la niña había salido de su luto. Desde aquel día comenzó
a jugar con los demás niños, su buen humor y su alegría contagiaba a
todos los que estaban con ella. Siguió pintando pero ahora utilizaba
todos los colores indistintamente, incluso el negro.
Con poco mas de seis
años, para la alegría de sus cuidadores, una pareja joven que no podía
tener niños se encariñó con ella y la adoptó.
Eloisa creció feliz y se convirtió en una afamada pintora. Regresó un día al orfanato. Adrián seguía trabajado allí.
- ¡Qué viejo estas tío Adrián! – le dijo con una sonrisa.
- Los años pasan para todos mi niña.
Y se fundieron en un tierno abrazo.
- Tengo un regalo para ti
– le dijo Adrián abriendo el cajón del escritorio de su mesa. De el
sacó el cuaderno de pintura con todos los dibujos que hizo Eloisa
mientras estuvo allí.
- Lo he guardado todos estos años. Son tuyos.
Eloisa cogió el regalo,
sacó del bolso su rotulador negro favorito y firmó cada uno de sus
dibujos de infancia. Al terminar se los devolvió a Adrián; todos menos
el primero que hizo.
- Quiero que te los quedes tú,... ahora que soy una pintora famosa tienen mucho valor.
- Sabes que nos es por su
valor material por lo que los acepto – y señalando el que quedaba en
las manos de Eloisa le dijo con una sonrisa:
- Te quedas con el más bonito.
- Aún no lo entiendes,
¿verdad? – y diciendo esto escribió una dedicatoria en la esquina
inferior de la obra y se la dio a Adrián para que la leyera.
Adrián no pudo contener
las lágrimas al comprender, en aquel momento, lo que ningún libro o
universidad podría haberle enseñado: "el
alma de Eloisa estaba tan llena de dolor por la muerte de sus padres
que lo único que cabía en ella era EL NEGRO de la amargura y la pena.
Pero los demás colores seguían existiendo en el mundo y su corazón, que
no podía absorberlos para ser feliz, los plasmó en aquellas cuartillas
para que no se perdieran. Con cada dibujo, su alma se deshizo poco a
poco del negro y comenzó a captar los demás colores hasta que nada quedó
de su luto y pudo volver a sonreír".
Adrián, tras leer nuevamente la dedicatoria, le devolvió el dibujo a Eloisa.
Esta decía:
“A
mis primeros padres, porque su amor nunca me abandonó y me hicieron
sentir los colores cuando en mi alma no existía más que el negro”
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