EL CUERPO - Juan Rivera Saavedra

El reloj del parque marcó las 6 de la mañana y el esqueleto se sentó al borde de la cama. Cogió sus nervios como si fuese su ropa interior y se los puso. Luego los músculos, enseguida su grasa –porque hacía mucho frío– y, por último la piel.
Se levantó, hizo un poco de ejercicios, abrió la puerta y salió.
Caminó cerca de dos cuadras por unas calles medio solitarias, cuando vio aparecer a un transeúnte.
Éste, al verlo en cueros o desnudo, le increpó la conducta energéticamente.
– ¡Cómo es posible que salga así a la calle, sinvergüenza! ¡Por muy vanguardista que se crea! ¡Vístase!
¡Se lo ordeno!...
Pero como estaba seguro el esqueleto que lo había hecho, se quitó la piel, luego los músculos y los nervios.
Aquel hombre que no se esperó semejante espectáculo, abrió la boca, dio un paso adelante y, cayó de bruces al suelo.
Sin entender qué pasaba, el esqueleto se alzó de hombros y se prestó a socorrerlo justo en el momento en que –por una vieja bocacalle– apareció un perrito, con un lunar negro en la frente.
Feliz de su hallazgo, el canino dio un paso, se detuvo, y se puso a oler al esqueleto.
Como no le gustó –por el gesto que hizo–, se disponía a emprender la retirada, cuando sus pequeños ojos se posaron en el ángulo donde yacían desparramados los nervios, la grasa y músculos. Repitió la misma operación –esta vez– con la lengua y satisfecho, los recogió con el hocico y, emprendió la carrera.
Al darse cuenta el esqueleto de lo que acababa de acontecer, se puso de pie, corrió en su persecución, dejando tirado en medio de la vereda al hombre, quien no tardó en volver en sí.
Temeroso de volverse loco, abrió un ojo primero, y luego, el otro. De pronto, observó algo cerca a él.
Parecido a un trapo arrugado. Descubrió que se trataba de la piel del extraño personaje. Se estremeció de horror. Trató de hacer memoria, hizo un esfuerzo y tomó una decisión: recoger las pruebas y dar parte a la policía.
En la comisaría, contó lo sucedido sin perder un solo detalle. .
El comisario lo barrió de arriba abajo, con credulidad más baja que cero. Le preguntó: “En qué trabaja usted”. El tipo repuso: “Soy poeta, señor”. Pero como las letras no era el fuerte del comisario lo encerró, acusándolo de “subversivo y criminal”.