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LA TRAICION - Leonardo Moledo
Jesús,
aburrido (y preocupado) en el silencio del sábado de Pascua, miró a
sus discípulos y su mirada los hizo temblar. Y como el tiempo
apremiaba, para que se cumplieran las profecías y el mundo se
salvara, habló y dijo:
–Lo cierto es que entre vosotros debe
haber un traidor.
La enormidad de la acusación asustó a los
discípulos, que bajaron la cabeza. Jesús paseó una mirada terrible
por la mesa adornada con los manjares de la Pascua, y se detuvo en
Mateo. Mateo, casi temblando, preguntó:
–¿Soy yo, señor?
Jesús
recordó el momento en que lo había conocido, cuando lo llamó y él
lo siguió sin volver la cabeza, dejando su barca a la deriva en la
luz resplandeciente del lago Tiberíades. Y le dijo:
–¿Acaso me
has traicionado?
–Sí –contestó Mateo en un susurro–, lo he
hecho. He estado escribiendo un evangelio donde se cuentan tus
hazañas. Pensé que un final doloroso le daría más posibilidades
de convertirse en un best-seller, lo cual es, ¡oh rábbi!,
importante para nuestra causa. La multitud que mañana gritará
¡Barrabás! en la plaza está ávida de dolor y sufrimiento.
Y
dijo Jesús, casi negligente:
–Eso no es nada. No eres tú el
traidor.
Juan se apresuró a hablar:
–Yo también escribí un
evangelio. Introduje algunas variantes y me presenté como tu
discípulo predilecto, pero fue tan sólo para que no pareciera una
repetición de los otros.
Entonces Jesús se rió:
–¿Tú
crees que Mi eternidad se asegura por un plagio mal disimulado? ¿No
piensas que, si yo lo pidiera, tendría a mi disposición inmensas
legiones de ángeles dispuestos a escribir sobre tabletas de oro
todos los evangelios posibles? No, no. Así no vamos a ninguna
parte.
Y volvió a hacerse el silencio sobre la mesa de Pascua. Y
entonces habló Santiago el Mayor, y cuando se alzó su voz, los
discípulos pensaron en sus cabañas de pescadores, y en los trigales
donde el Maestro apartara la cizaña y hablara con las gentes
humildes que le seguían y le amaban.
Y dijo Santiago el
Mayor:
–He estado haciendo milagros para ganarme la vida, pero
nunca he pedido más de lo que es justo. Dos piezas de plata por
hacer mover a un paralítico, veinte piezas de plata por devolver la
vista a un ciego.
–Es muy caro –dijo Jesús, mientras por su
cabeza cruzaban imágenes y veía a los mendigos y a los tullidos
durmiendo en las calles, y a los borrachos tambaleándose y
arrimándose al calor del fuego en las grandes ciudades y los aviones
aterrizando en aeropuertos inmensos y construidos en vidrio.
Y
dijo Jesús a Santiago el Mayor:
–Eso no puede calificarse de
traición.
Santiago el Menor y Andrés levantáronse y
dijeron:
–Hemos cobrado cien piezas de oro por resucitar a un
hombre rico.
Y dijo Jesús:
–No han cobrado mucho para los
tormentos que le estaban reservados, porque en verdad os digo que es
más fácil que un camello, o cualquier animal de gran magnitud,
atraviese el ojo de una aguja, que un rico atraviese las puertas del
paraíso.
Los discípulos se quedaron pensando en lo que había
querido decir Jesús con “un animal de gran magnitud”, pero Jesús
se quedó en silencio, porque veía (y los discípulos, dibujándose
en el aire rarificado del sábado, veían también) a los ricos
entrando en multitudes en el paraíso, sobornando a los porteros,
comprando, a precios altísimos, excursiones que sólo estaban
permitidas a los ángeles y reposando sobre las doradas playas que se
extienden junto al mar de la Salvación, habitado por animales
angélicos e innombrables. Y volvió a escuchar a la muchedumbre
gritando “¡Barrabás!”, como lo había escuchado en las
pesadillas que le trajeran las últimas noches, y volvióse entonces
a Simón, que preguntó atemorizado:
–¿Soy yo, Señor?
Jesús
preguntó:
–¿Qué has hecho?
Y Simón:
–Vendí los
derechos para que el juicio que se te haga y el castigo que te
impongan sean transmitidos por televisión, y así tu imagen
sufriente viajará a lo ancho y a lo largo de las Tierras
Habitadas.
Y dijo Jesús:
–¿Has hecho eso?
Y Simón
dijo:
–Eso he hecho.
Y dijo Jesús (nuevamente):
–En
estos mismos momentos, mi imagen viaja en grandes barcos hacia
tierras aún no descubiertas y en poderosas naves hacia el fondo del
espacio negro. ¿Y piensas que lo que tú hiciste podría
mortificarme? No, en verdad no, no me sirve. Y Simón respiró
aliviado, pero no se atrevió a mirarle a la cara.
Entonces
hablaron Felipe y Bartolomé, y Jesús los escuchaba mientras lo
invadía una sensación de profundo cansancio e inutilidad. Y Felipe
y Bartolomé dijeron:
–Vinieron los periodistas a preguntar
pormenores de Tu vida. Les concedimos un reportaje y nos pagaron por
ello. Pero si Tú lo dispones, arrojaremos las piezas de plata en las
bandejas de los republicanos.
Y Jesús:
–No hace falta.
Y
entonces, Tomás:
–He visitado las casas y he pedido dádivas en
Tu nombre. Tengo aquí estas grandes alforjas llenas de dinero.
Pensaba instalar una pequeña empresa y hacer felices a quienes
trabajaran para mí.
Y Pedro y Tadeo, que hablaron al
unísono:
–Hemos contrabandeado armas con ganancias
mínimas.
Pero Jesús ya no escuchaba, porque se veía perdido.
Aspiraba la fragancia de los prados que circundaban Jerusalén, y
veía cómo se confundían con el hollín de las fábricas. Veía la
basura destruir pacientemente la Creación, y a los hombres
incendiando campos y ciudades. Y Jesús cerró los ojos, pero siguió
viendo, y los discípulos veían también.
Y vio el corazón
ennegrecido de los maestros de moral y vio a los domadores azotando a
las fieras, y a los niños arrancando pacientemente las alas de las
moscas. Y vio a los hombres marchar con el alma ensombrecida a la
cámara de torturas, y vio los rostros de los torturadores, y vio a
los mercaderes del Templo, sentados ahora ante sus mesas de Pascua, y
vio las cruces que en los cementerios olvidados marcan las tumbas de
los que habían muerto por hambre. Y vio al Papa azotando a su
perrito faldero, y vio a un general y a una princesa arañarse ante
el portón de una embajada, y el agua romper contra las rocas, saltar
en mil pedazos, y en cada gota estaban sus discípulos con sus
pequeñas y miserables traiciones; vio la losa corrida y el sepulcro
vacío, vio a Lázaro levantarse y andar, vio el cuchillo penetrar en
la herida, y sintió al clavo afirmándose contra la carne, horadando
los músculos y los huesos. Vio callejuelas inmundas por donde
deambulaban los apóstoles, vio un camello y otro animal (de gran
magnitud) pasar cómodamente por el ojo de una aguja, vio los autos
de fe donde ardían los infieles y las cámaras de gas, y se sintió
desfallecer. Vio a los hombres agonizar de desesperaciónal borde
mismo del desamparo, vio casas, barcos; vio fiestas, llagas,
tugurios; vio castigos, montañas, niños; vio la historia entera
precipitarse en un abismo, vio almanaques, ejércitos, vidrios
rompiéndose; vio toda la mierda del mundo y sólo entonces se volvió
hacia el único de los discípulos que aún no había hablado, y le
preguntó:
–¿Y tú qué has hecho?
Entonces Judas se levantó
en silencio, atravesó la suave fragancia de los prados de Jerusalén,
y lo entregó por treinta piezas de plata.