YO TAMBIÉN, SOBRE EL TIEMPO Y EL POLVO - Carlos Barragán

Escribí hace unos años sobre algo que me sucedió cuando era muy chico. Tendría unos cinco años, abrí los ojos en mi cama y ví por la persiana entrar unos rayos de sol que relucían, y entre ellos infinidad de puntitos que aparecían, se iban y burbujeaban en la luz. Mi madre entró a la pieza y le pregunté si esos puntitos inasibles eran el tiempo.
Mi madre que siempre optó por dejarle las cuestiones físicas a mi padre -sin saber que con eso se quedaba las metáfisicas para ella- me respondió que creía que no, que no era el tiempo, pero que no estaba segura y que “mejor preguntale a papá cuando llegue del trabajo”.
Según mi padre era polvo. Era polvo que flotaba en el aire y con la luz brillaba mucho, y nomás eso: el tiempo era otra cosa que muy bien no se sabía, pero me enteré de un tal Einstein que andaba en eso.
A pesar de estos datos provenientes nada menos que de mi padre -para peor ingeniero- vaya a saber de dónde me vino la idea de que polvo no podía ser, que mi padre se equivocaba porque ¿qué es el polvo sino piedras pequeñas? y las piedras -cualquiera lo sabe- no flotan en el aire. Así que por el resquicio que dejó mamá, por sus extrañas dudas, logré descreer del argumento de mi padre y seguí pensando que el tiempo se veía gracias a la persiana, y gracias a la mañana, cuando circulaba por mi dormitorio envolviendo mis cosas y a mí mismo en su nube de tiempo.
Todo esto ya lo había escrito en aquel papel desaparecido. El relato perdido creo que terminaba con alguna reflexión más o menos emotiva por el hecho de que mi madre murió, y creo recordar que además había escrito alguna que otra ingeniosidad relativa a esta anécdota con unos elementos tan convenientes como el polvo, la luz, mi madre, mi padre y el tiempo.
Ahora estoy arruinando aquel cuento perdido y arruino éste.
Pero se lo referí a mi mujer hace dos noches y ella se sorprendió porque según me dijo ya no ve los puntitos brillando en la luz, y que sí los veía de chica como yo los ví aquella mañana.
Ahora trato de recordar en qué momento empecé a creer que efectivamente los puntitos eran polvo que flotaba, y creo que nunca lo terminé de creer del todo. Y por ahora tampoco creo en eso de “la mirada de los niños” porque he comprobado que la adultez no es un estado de salud ni de equilibrio al que todo el mundo debe acceder. O será que a pesar de mis treinta y ocho años no soy del todo adulto, o porque las piedras todavía no flotan en el aire.
El hecho es que cada vez que entra la luz y veo al tiempo, no puedo evitar taparme con las sábanas para tratar de respirarlo lo menos posible.


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