EL MONSTRUO - Joe Haldeman

¿Que empiece por el principio? ¿Qué principio?

Vale, ya que viene de fuera, se lo contaré todo. Siéntese por ahí, póngase cómodo. Fúmese un cigarrillo, si lo tiene.

No hacen más que hablar de esos tíos que vuelven del Nam todos jodidos y hechos una mierda, y dicen que son como bombas de relojería: funcionan de puta madre durante años y luego cogen una pistola y se vuelven locos. Pero eso no tiene nada que ver conmigo. Aunque esta vez haya una pistola de por medio. Y un asesinato de verdad.

La primera vez que estuve en la trena, después de la corte marcial, traté de decirles qué pasaba, y ¿qué hicieron conmigo? Asistentes sociales y psiquiatras. El fulano que tiene que trabajar de psiquiatra en una prisión no puede ser un buen psiquiatra, si pueden montárselo bien fuera, eso es lo que pienso yo, y por eso al principio no les solté ni media, pero siempre conservo la disciplina, de modo que me dije ¡qué demonios!, y me inventé una historia. Si ve la tele, también podrá inventarse una historia sobre el Nam.

Claro que algunos no se lo creen, siguen la corriente un rato porque eso es lo que hacen los locos, inventar historias, y luego renuncian y viene otro y empiezo otra vez con una historia diferente. Y a veces cuando sé fijo que no me creen, cuando empiezan a mirarme como se mira a un animal en el zoo, entonces es cuando les digo la verdad auténtica. Y entonces es cuando sonríen, ¿sabe?, y asienten y a continuación llega un tipo nuevo. Porque si alguien se inventara una historia así tendría que estar loco, ¿no? Pero juro ante Dios que es cierta.

Claro. El principio.

Fui un lurp en el Nam, es decir, un miembro de la Patrulla de Reconocimiento de Largo Alcance. Uno mira en esas revistas sobre el Nam y siempre ponen a los lurps como héroes, tipos valientes que salen y se enfrentan solos a Charlie, les vacían la artillería y todo eso, pero no era así. Uno no quiere ser un lurp donde estábamos nosotros, te convierten en un puñetero lurp si quieren deshacerte de tu culo, y ésa es la pura verdad.

Ahora tengo que decirle que no me importa un puñetero carajo el Ejército, y que no me gusta más que cuando me reclutaron, pero tengo que admitir que son bastante listos y se lo montan bien con nosotros. Porque se deshacen de esa mierda lurp. Quiero decir que somos un puñado de hermanos de culo negro y buenos chicos y que nos encanta el jaleo, y Dios, vaya si nos daban jaleo… A la mierda el M-16; teníamos auténticas ametralladoras con tambor de 100 milímetros, normalmente un tipo llevaba el lanzador de granadas automático, otro los proyectiles, otro la bolsa llena de explosivos. Quiero decir que podríamos enfrentarnos con todo el puñetero ejército norvietnamita. Podríamos habernos cargado al cabrón de Rambo.

Ahora me gusta hablar raro, aunque cada vez que quiero puedo hablar como la otra gente. Incluso los jamaicanos como mi madre no pueden comprenderme si me lo monto bien. Nací en Nueva York, pero en esa época mamá sólo llevaba tres meses allí…, cuando hablaba inglés debía ser música de la isla, pero el tipo con el que vivía, el que me educó, era de Taiwan, así que entre ellos aprendí un inglés de mierda, y el mismo chino de mierda, igualito. Y vivía en un vecindario cubano, rodeado por el español de mierda.

El cabrón del chino era taxista. Me jodió la marrana durante doce años, y entonces cogí un cuchillo de cocina y se lo clavé en la espalda. Nunca volvió a por más leña. Creo que a lo mejor se arrastró a cualquier parte a diñarla, no me importa un carajo, pero cuando me reclutaron descubrieron que hablaba chino, me enviaron a una escuela de idiomas en California, y fui tan tonto que los creí cuando me dijeron que aquello significaba que no iría al Nam: que me quedaría en casa y les traduciría cintas por la radio.

Me enviaron al Nam de todas formas, y me volví un poco loco. Le pegaba a todo quisque que me sobrepasaba en graduación. Me metieron en el hospital y le pegué al doctor. Me metieron en la prisión y le pegué a los guardias, los guardias me pegaron a cambio, y de vuelta al hospital. Pensaba que tarde o temprano tendrían que matarme o soltarme. Pero entonces, un día, aparece aquel tipo del mando estratégico y me habla del rollo del servicio de patrullas. No parecía mala cosa, aunque el tipo decía que si la cagaba podían quitarme de en medio y de manera legal. Ahora sé que pueden hacer lo mismo aquí en la CLB, la cárcel de Long Binh, así que, ¿qué coño? En dos días estoy en la jungla con tres tipos duros, con un mapa y una brújula, y la artillería suficiente para empezar nuestra propia guerra.

Nos dieron mapas de esos que nunca tienen palabras como los nombres de los sitios, sólo «CIUDAD Pob. 1000» y chorradas por el estilo. Lo hicieron realmente bien, y nosotros fuimos tan tontos que no supimos que hay lugares fuera de Vietnam, donde no pueden entrar los soldados. Se quedaban nuestra identificación en el campamento base, incluso las chapas de perro, y nos decían que no nos dejáramos capturar. «Morid primero», decían. Eso será más agradable. Más tarde nos reímos de eso, pero me guardo para mí lo que siento: que la tumba es un lugar al que todos tenemos que ir, tarde o temprano, y tal vez cuanto antes lo hagamos, pues menos golpes, menos problemas. Ahora saborearé durante veinte años lo cierto que eso puede llegar a ser.

No nos decían cuál era el lugar de donde salíamos, después de que nos dejaran caer, pero siempre teníamos que marchar hacia el oeste. Un tipo llamado Duke, duro pero no tonto, decía que lo único que estábamos haciendo era una labor de acoso, cargándonos líneas de suministros que seguían la ruta de Ho Chi Minh, en Camboya. Eso parecía, desde luego, largas filas de gooks llevando municiones y armas, a veces en bicicleta. Nosotros emplazábamos algunas minas y algunas Claymore y esperábamos a que la mitad de la fila llegara, luego, soltábamos la mierda, y después tal vez nos cargábamos a unos pocos con el lanzagranadas y las metralletas, no demasiado tiempo para que no pudieran reagruparse y atraparnos. Duke tomaba un par de fotos y nos íbamos en cuatro direcciones diferentes, nos reuníamos a unas cuantas millas de distancia, y luego volvíamos a la zona de aterrizaje y llamábamos a los helicópteros. Lo hacíamos unas seis veces por mes, y tal vez perdíamos a un tipo por mes. Duke y yo salimos ilesos hasta la última vez, aquella última vez.

Aquella última vez no fue diferente de las demás, excepto que nos dijeron que tratáramos de volar un puente, no un puente como en el cine, sino uno que colgaba de la falda de una montaña, para que fuera difícil de arreglar después. También era difícil llegar hasta él.

Perdimos un tipo, uno nuevo llamado Winter, sólo intentando llegar al puñetero puente. Eso era malo en cierto sentido. Uno se acostumbra a que los tíos caigan heridos o que se los carguen las bombas de fragmentación y cosas por el estilo. Pero caerse de un centenar de pies sobre un montón de rocas es una especie diferente de mala sombra. Y sólo se partió la espalda o algo así. Se quedó allí tendido, gritando, diciéndole a todo el mundo dónde estábamos, hasta que Duke le cerró la boca.

Así que entonces nos quedamos Duke, Cherry y yo, el Chino. Yo quería volver atrás, no había manera de que pudieran echarnos en cara aquello. Pero Duke estaba loco por entrar en acción, siempre estaba loco por matar, y Cherry le seguía a cualquier parte. Creo que era maricón incluso entonces. Más tarde lo supe. Cuando el «Monstruo» los mató.

Aquí es donde normalmente siento la necesidad de cambiar. Es natural ajustar el modo del discurso a un nivel apropiado al tema que está en colación, ¿no? Hablar sobre este «Monstruo» requiere referirse a conceptos tales como disociación y personalidad múltiple, aunque sea sólo para descartarlos, y sería extraño hablar de esas cosas directamente de la manera en que hablo normalmente, como chino. Esto no significa que haya dos o varias personalidades residiendo en el interior de este veterano negro incapacitado. Sólo significa que puedo hablar de diferentes formas. Cualquiera podría hacerlo si ha crecido entre el español, el chino y dos sabores diferentes de inglés: chocolate y vainilla, También podría servir de ayuda haber aprendido varios dialectos vietnamitas, y luego haber pasado los últimos veinte años en una sucesión de habitaciones pequeñas, principalmente leyendo o escribiendo. El hijo de puta sigue estando en su sitio. Simplemente usa el lenguaje apropiado. La herramienta adecuada para el trabajo, o el arma.

Déjeme que nos ahorre un poco de tiempo demostrando la debilidad lógica de algunas fáciles racionalizaciones de primer orden que siempre parecen aparecer. Una: que todo este asunto del «Monstruo» es una extraña mentira que me he inventado y que he sostenido obstinadamente durante veinte años…, lo que requiere que nunca se me ha ocurrido que retractarme redundaría en un tratamiento mucho mejor, y, posiblemente, en la liberación. Dos: que el «Monstruo» es una especie de escudo psicológico, o una barrera, que he levantado entre mi «yo» y la enormidad del crimen que he cometido. Eso apenas se sostiene, ya que mi trabajo y mi vida en aquella época apenas comprendían poco más que una sucesión de asesinatos premeditados a sangre fría. No maté a aquellos dos hombres, pero si lo hubiera hecho, no me habría molestado lo suficiente para requerir defensas psicológicas tan elaboradas. Tres: que asesiné a Duke y a Cherry porque estaba… molesto al descubrirlos enzarzados en un acto homosexual. Soy, y era, indiferente hacia esa aberración, o hobby. Al crecer en el gueto y pasar directamente de allí a una prisión del Ejército en Vietnam, he sido testigo de perversiones para las que ustedes, los psicólogos, ni siquiera tienen nombre.

Luego, por supuesto, está el asunto de los presuntos testigos. En su momento, me pareció particularmente odioso que mi gobierno prefiriera el testimonio de un soldado enemigo al de uno propio. Ahora veo el proceso más claramente, y me doy cuenta de que había sido condenado antes de que la corte marcial hubiera sido convocada.

¿Los detalles? ¿Sabe lo que era un hoi chan? Es demasiado joven. Bien, chieu hoi es el término vietnamita para «brazos abiertos»; si un soldado enemigo se acerca a la alambrada con las manos alzadas, gritando chieu hoi, en teoría tendría que ser bienvenido a nuestros brazos abiertos y amorosos, y rehabilitado. A menos de que resultara muerto antes de que la gente pudiera darse cuenta de lo que decía. Los rehabilitados recibían el nombre de hoi chans, y a veces eran utilizados como traductores y cosas por el estilo.

De todas formas, la historia del desertor vietnamita fue que nos habían estado siguiendo todo el día, manteniéndose fuera del alcance de nuestra visión, esperando una oportunidad para rendirse. No lo creo ni por un segundo. Nadie se mueve tan rápidamente, tan en silencio, por una jungla desconocida. Duke había sido guía profesional de caza en el mundo, y habría oído el menor movimiento.

¿Qué digo que pasó? Debe de haber leído la transcripción… Ya veo. Quiere comprobarla.

Yo tenía una herida pequeña pero profunda en el muslo, un fragmento de una granada, creo. Logré que no me capturaran, pero la herida me retrasaba.

Habíamos volado el puente a las 13.10, que era la hora en que los guardias hacían una pausa para el almuerzo, y habíamos acordado reunirnos a las 14.30 cerca de una higuera baniana a una milla de la base del acantilado. Llegué después de las 15.00, y estaba preocupado. Winter llevaba nuestra única radio cuando cayó, y si no estaba en la zona de recogida con los otros dos, se marcharían sin mí. Me quedaría aislado, herido, perdido.

Me sentí aliviado cuando los encontré esperándome aún. En este sentido, puede que haya causado sus muertes: si se hubieran marchado, el «Monstruo» me habría matado sólo a mí.

Éste es el único punto en donde mi historia y la del hoi chan coinciden. Los dos estaban follando. Esperé escondido hasta que terminaron para no interrumpirlos.

Sí, lo sé, aquí es donde él testificó que salté sobre ellos y les hice todas aquellas cosas terribles. Como si él hubiera estado sentado al margen, esperando que acabaran su asunto. Qué montón de mentiras.

Lo que sucedió en realidad —lo que sucedió en realidad—, fue que estaba oculto detrás de unos bambúes, esperando que terminaran para que pudiéramos continuar la marcha, cuando de repente apareció aquel rugido aplastando los árboles al otro lado y… ¡bang! Allí estaba el «Monstruo». Era mayor que cualquier hombre, y negro…, no negro como yo, sino negro brillante, como el pelo mojado, y de una zancada se plantó entre ellos y los separó. Entonces cayó sobre Cherry, y pude oír cómo sus huesos chasqueaban como si fueran palillos. Le mordió entre las piernas, y eso fue bastante para mí. Me marché. Oí un par de cortas descargas del ametrallador de Duke, pero no me volví para comprobarlo. Sólo corrí hacia la zona de recogida con toda la fuerza de mis piernas.

Claro que cometí un gran error. Mentí. ¿No lo haría usted? ¿Qué se supone que iba a decirles, que el resto del pelotón había sido devorado por un hombre-lobo? Así que mientras estaba esperando el helicóptero inventé un relato creíble sobre lo que pasó en el puente.

El helicóptero aparece y me lleva a la base, donde los médicos me vendan la herida e informo al mayor. Me envían a Tuy Hoa, un bonito hospital en la playa, y otra vez informo a un puñado de capitanes y a un coronel. Me dicen que me han propuesto para una Estrella de Plata.

Y allí estoy, en el patio, leyendo una revista, cuando aparecen un par de PM y me agarran y me meten en el calabozo. ¿No es típico del ejército, tener un calabozo en un hospital?

Lo que había sucedido es que aquel vietnamita, el honorable hoi chan Nguyen Van Trong, había salido del bosque con aquella historia mucho más creíble. Así que me metieron en la trena.

Ya basta, ¿eh? Todo está en la transcripción. Estoy cansado de contarlo. Me molesta.

Oh, de acuerdo. El tal Nguyen dice que era uno de los guardias del puente que volamos, y que había estado esperando el momento de escapar (no dicen «desertar»), desde el momento en que salió de Hanoi unos cuantos meses antes. Deshaciendo el sendero de Ho Chi Minh. Así, en la confusión después del estallido, sale corriendo; oye a Duke y a Cherry y los sigue. Espera la oportunidad para decir chieu houi. Ya le he dicho lo improbable que es eso.

Así que está esperando en el bosque mientras ellos se la meten mutuamente, y aparezco yo. Caigo sobre ellos con mi Thompson. Hago que Cherry ate a Duke al árbol. Entonces ato a Duke, dándole la cara. Luego castro a Cherry… ¡con mis dientes! ¿Puede creer eso? Y luego con los dientes y con las uñas despellejo a Duke, del cuello para abajo, mientras observa cómo Cherry muere. Entonces, para postre, le arranco el carajo de un mordisco. Luego los hago pedazos y los tiro.

¿Qué le parece? Ese Nguyen dice que lo vio todo, lo que tiene que haber durado horas. Parece que no tuvo oportunidad de interrumpir mi pequeño show. ¿Qué pasa, llevaba encima la metralleta todo el tiempo que estaba comiéndomelos? Tiene mucho sentido.

Después de que me marchara, dice que intentó ayudar a los dos hombres. Dice que Duke estaba todavía vivo, pero no por mucho tiempo. Dice que siguió los gestos de Duke y sacó la Polaroid de su mochila.

Cuando aquellas fotos aparecieron en el juicio, mi testimonio no valió ya un pimiento. Olvidaron que su historia no tenía sentido. ¡Olvidaron, por el amor de Dios, que era el jodido enemigo! Con la foto de Duke todavía vivo, con las tripas colgando y aquel horrible gesto, podría haber sido la puñetera Madre Teresa y no me habrían hecho caso.

(En este punto el paciente guardó silencio durante más de un minuto, controlando la furia, aparentemente, tal vez las lágrimas. Cuando continuó hablando, fue otra vez con el acento del hombre cultivado).

Sé que se siente tentado a no creerme, pero para que comprenda lo que sucedió durante los años siguientes, tiene que aceptar como supuestamente verdaderas las fantásticas premisas de mi sistema ilusorio. Principalmente, la aseveración razonable es que no mutilé a mis amigos, y la irrazonable es que la jungla camboyana esconde al menos un brillante humanoide negro de más de dos metros de altura, con la disposición anímica de una barracuda.

Si acepta que ese «Monstruo» existe, entonces, ¿dónde encaja el señor Nguyen Van Trong? Una posibilidad es que vio lo mismo que yo. Y que mintió por la misma razón por la que yo lo hice inicialmente: porque nadie en su sano juicio creería la verdad. Pero su mentira me implicó, supongo que por verosimilitud.

Una segunda probabilidad es la de que Nguyen, por alguna extraña razón, estaba liado con el «Monstruo», coligado con él.

La tercera posibilidad… es que eran lo mismo.

Si la segunda o la tercera posibilidad fueran ciertas, probablemente sería una buena política para mí no volver a cruzarme de nuevo con Nguyen, o al menos no encontrarme con él desarmado. A partir de ahí, deduje que sería una buena precaución descubrir qué le había sucedido después del juicio.

Una institución mental de máxima seguridad dista mucho de ser un lugar ideal para llevar a cabo una investigación. Pero tenía varias cosas a mi favor. La principal era que, a pesar de toda evidencia en contra, yo no estaba realmente loco. Otra, era que podía tomar ventaja de las preconcepciones de la gente, es decir, de sus prejuicios: puedo hablar con acento suavemente jamaicano o esconderme detrás de la jerga más impenetrable que usaba cuando estaba en el ejército. Ya que los blancos asumen que eres más listo cuanto más te pareces a ellos hablando, y como la mayoría de mis vigilantes eran blancos, pude controlar bastante bien la percepción que tenían de mí. Era un negro tonto que se volvía un poco más listo con su ayuda.

Finalmente, conseguí trabajar en la biblioteca. La llevaba una señora blanca que pensaba que era una tía dura pero que tenía un corazón que era pura tapioca. Le encantaba observarnos mientras estábamos leyendo.

Fui amable y servicial, y aprecié su guía. Me dejó leer más y más, y por supuesto, pronto pude llevarme libros a mi celda. Muchos de los libros que usaba no estaban registrados: libros de ordenadores.

Era una mujer amable, pero afortunadamente no estaba libre de prejuicios. Nunca se le ocurrió que podría no ser una buena idea dejar a su mascota a solas con el terminal del ordenador.

En cuanto pude manejar el sistema de la biblioteca, mi proyecto Nguyen empezó a tomar forma. Las cadenas de información son maravillosas, y para un ladrón, la mejor herramienta desde la tarjeta de crédito. Podía ordenar cualquier libro editado: después de todo, abría las cajas, ponía los nuevos volúmenes en las estanterías, y escribía la tarjeta de cada libro, si quería que fuera catalogada.

Intentando averiguar qué era el «Monstruo», leí todo lo que pude encontrar sobre extraterrestres, hombres-lobo, mutaciones, toda la basura de ciencia ficción. Estudié las religiones del Sudeste asiático y sus cuentos populares. Libros de psicología, porque la Cuchilla de Occam puede cortar a la persona que la está utilizando, y tal vez yo estaba loco después de todo.

No pude sacar nada concluyente. Había visto al «Monstruo» sólo un par de segundos, pero la impresión, naturalmente, estaba grabada en mi memoria. La cara era inteligente, tal vez debería decir «sentiente», pero no era humana del todo. Dos ojos, claro, pero ninguna nariz ni orejas obvias. La boca demasiado grande y montones de dientes como los de un tiburón. Dedos largos con muchísimas articulaciones, y garras. Ninguna mitología ni patología de las que leí registraba nada parecido.

La otra parte de mi proyecto Nguyen tuvo éxito. Usé el ordenador para localizarle, a través de mis propios registros y varios documentos que habían sido desclasificados por el Acta de Libertad de Información.

Había emigrado a los Estados Unidos poco antes de la caída de Saigón, lo que no me extrañó nada. En 1986 tenía su propia pescadería en San Francisco. El bastardo era el pilar de la comunidad.

Dieciocho años de conducta ejemplar y logré abrirme camino a seguridad mínima. Era una vida más cómoda y más libre, pero no tenía ninguna posibilidad real de conseguir la libertad bajo fianza. Probablemente no habría podido conseguirla ni aunque hubiera sido blanco y hubiera arrancado a mordiscos los carajos de dos negros. Podrían darme una medalla, pero no la libertad.

Así que tuve que escapar. No fue difícil.

Supuse que alertarían a Nguyen, y que tal vez lo mantendrían vigilado, o incluso lo protegerían durante una temporada. Por eso me mantuve alejado de San Francisco durante dos años, enterrado en un maloliente vecindario negro, en Washington. Ahorré centavo a centavo y compré o robé las herramientas que me harían falta cuando tarde o temprano me enfrentara con él.

Finalmente subí a un Greyhound, llegué a San Francisco, y descansé un par de días. Luego, durante otros dos días, vigilé intermitentemente la pescadería, para cerciorarme de que Nguyen no estaba siendo sometido a vigilancia.

Vivía en un apartamento de dos habitaciones en la parte trasera de la tienda. Forcé la cerradura media hora antes de que cerrara y me escondí en el dormitorio. Cuando le oí echar el cerrojo, salí y le apunté a la cara con mi Magnum del 44.

Ése fue el momento más tenso. Casi esperaba que se convirtiera en el «Monstruo». Incluso me había preocupado de conseguirme balas de plata, por si la superstición resultaba cierta.

Él me pidió que no disparara y sacó la cartera. Entonces me reconoció y se cerró en banda.

Le hice quedarse en calzoncillos y le até con cinta adhesiva a una silla de madera. Conecté la televisión a todo volumen, ya que mi silenciador casero no era perfecto, y cambié el Magnum por una automática del 22. Hacía el mismo ruido que un matamoscas cada vez que lo disparaba.

Hay partes del cuerpo donde se le puede disparar a una persona incluso con un 22 y matarlo rápidamente y sin mucho dolor. Hay otras partes que son todo lo contrario. Naturalmente, me concentré en estas últimas, intentando hacerle hablar. Cada vez que disparaba vendaba la herida, para que hubiera menos pérdida de sangre.

Le disparé por primera vez durante las noticias de la tarde, y se mantuvo en bastante buena forma hasta el show de Johnny Carson. Le disparaba una bala cada media hora. Él nunca dijo una palabra, ni gritó. Sólo miraba.

Después de que muriera, esperé unas pocas horas, pero no sucedió nada. Así que me dirigí a la comisaría y me entregué. Eso es todo.

Y aquí estamos ahora. Sé que me condenarán a cadena perpetua. Tal vez me metan en esa celda de goma. No me importa. Éste es el único lugar a salvo. El «Monstruo» lo sabe. Puedo sentirlo.

(Éste es el final de la transcripción. El paciente no parecía agitado cuando los guardias se lo llevaron. De acuerdo con sus últimas palabras, parecía aliviado por volver a prisión, lo que convierte su subsiguiente suicidio en un misterio. Las circunstancias amplían este misterio, como indican las notas adjuntas del forense).

Estado de California
Departamento de Correcciones
División Patológica Forense
Glyn Malin, D. M., Ph. D. - Jefe de Investigación


He leído acerca de suicidios caracterizados por una repentina fuerza histérica, incluyendo a un hombre que aparentemente se produjo la muerte por asfixia estrangulándose (aunque tiendo a pensar que fue un ataque al corazón lo que lo mató finalmente). No habría creído el caso de Royce «Chino» Jackson si no lo hubiera visto con mis propios ojos.

El cuerpo es musculoso, pero no en exceso; cuando oí cómo murió supuse que era un levantador de pesas mesomórfico. Los huesos son difíciles de romper.

Además, sus uñas están cortadas hasta la raíz. Tiene que haber sido necesario un estallido de fuerza suprahumana para rasgar su propia carne sin poder clavarse en ella.

Mi primera especialidad fue cirugía torácica, de modo que conozco bien lo difícil que es llegar al corazón. Es difícil creer que una persona pueda sacárselo. Es doblemente difícil creer que alguien pueda hacerlo después de haberse castrado a sí mismo brutalmente.

Tengo que confirmar que es esto lo que sucedió. El pasillo que conduce a su celda de confinamiento en solitario está bajo constante vigilancia por medio de cámaras de vídeo. Nadie entró ni salió desde el momento en que cerraron la puerta hasta la hora del desayuno, cuando el cuerpo fue descubierto.

Él mismo se lo hizo, y en completo silencio.