LA SOSPECHA - Mario Alberto Gonzalez Resquin


Él salía a caminar todas las mañanas. Bueno, no todas, pero casi. No tenía ningún afán en particular. Solo era una rutina. Bueno, un acto rutinario tiene un objetivo, la repetición conspicua de un acto. Además, parecía hacerle bien. La distracción al caminar, el no saber hasta donde se puede llegar caminando, el observar los rostros émulos de la desidia como de la desesperación, la angustia, cada tanto uno inocente, feliz. Las hojas que simulaban la pelotita de plástico, esa que se hacia con el jugo de naranjas que venia en una bochita de plástico con un pico, que, valga decirlo, era intomable. Desde ya, el objetivo de los fabricantes era proveer a los chicos de un símil pelota de fútbol, en un tamaño reducido, ya que el juego hasta se podía compartir, incluso desecharlo, para llenarlo de hojas de cuaderno, o de carpeta, y ahí si, convertirse en la estrella de futbol del momento, en cada recreo del colegio. Eso imaginaba, cuando el pateaba las hojas al caminar. Incluso le pegaba a alguna de que justo iba cayéndose recién de algún árbol insolente, que en ese preciso momento le arrojaba la hoja como buscando molestar su interacción, su paso. Pero también estaba su mirada. Observar era parte de lo lúdico de caminar. A veces eran caras, no siempre abyectas. A veces la gente reía, a veces también discutía, lloraba. También, claro, había odio, frustración, resentimiento. La angustia quizá era un descripción solemne para las diferentes expresiones con las que podía encontrase en la caminata. Solía, según la época del año, cruzarse con personas en bicicleta, otros caminando, corriendo también. Personas paseando perros, con collar, sin collar. Y muchos comercios, bueno no tantos últimamente, y según la dirección del camino. Las calles céntricas eran mucho más pobladas, de todo, personas, perros, comercios, y también los que jugaban al fútbol, pero con su mentón, o con sus genitales. Los hay quienes con pasión menos futbolera, se patean hasta un incisivo, imagínense los genitales. La situación era endeble, patearse los genitales el mentón (como por un chicle en los zapatos o un desodorante desagradable) era quizá el deporte de moda, aunque no siempre se veía en concreto a las personas hacerlo, pero uno podía imaginar que en algún momento lo irían hacer. La postura cabizbaja del “pateador” hacia preveer que era inevitable. 

Había músicas variadas. La música de los calzados, deportivos, de trabajo, en oficina, en una obra en construcción. La de los vehículos, con sampleado machacante de una percusión interminable, con un acento caribeño que poco tenia que ver con todo ese paisaje. Pero era algo del momento. Los transportes, el tren a lo lejos, o no tanto, que el viento parecía a veces acercar más, a veces menos. Los “bondis” lleno de gente, que murmuraban mas que el motor de ese desvencijado vehículo. La música de lo insultos, tanto para los que usan vehículos, como para los párvulos caminantes. Aunque tuvieras la mejor de las intenciones posibles, o vengas de un by pass cardíaco, el “apúrate pelotudo, la concha de tu madre” era casi el estribillo predilecto, en una esquina, a mitad de cuadra, o a 80 Km. por hora sobre la sombra de su cuerpo. Todo ese ambiente, atravesaba el camino. Y todo se repetía casi siempre, como en Moebius.


Pero no siempre parecía ser algo tan asequible, ni saludable. A veces era algo insólito, mal visto, pretencioso, irresponsable. No se podía caminar. Para que? Ninguna condición iba a mejorar caminando, no era necesario. Todo seguiría como siempre, incluso él. Estaba impedido de hacer algo que le diera algún tipo de satisfacción. Su placer, el que él sentía al reconocer esos diverso paisajes, sonoros, naturales, menos naturales, mas urbanos, no solía ser bien visto. Comenzó a tener la sospecha que su ambición, la de un mero observador de otros paisajes, además de aferrarse a una condición física, y mental, un tanto mejor de lo que justamente observaba, era contradictoria con estar bien realmente. Siempre tuvo esa inquietud, de que era realmente lo que era “realmente”. Como todo juego que involucra dos términos, realmente, parecía ser la conjunción de dos que podían ser contradictorios, pero también no serlo. Real y mente. Que es real? Que era la mente? Lo real produce la mente? La mente produce lo real?


Lo concreto era, que comenzó a tener la sospecha que todo esto, parecía afectarle a alguien, que poco conocía estos placeres, sonoros, visuales, o tan solo, el del ejercicio de poner cada día un pie delante de otro, tal vez sin un marcado sentido, de lo realmente concebido como sentido.
La sospecha comenzó a carcomerlo. Se sentía inquieto, se pasaba horas pensando sobre ello. Incluso de que cosa era realmente que podía irrumpir tanto en la vida de alguien, en la cual, todo esto fuera un inconveniente, un mal que no podía llevarse a cabo.
Desde ya que la sospecha, no lo condujo a ningún lugar en particular. Mucho menos a reconocer en alguien, el basamento de esa sospecha. Sin embargo, no dejaba de abrumarlo. No dejó de sospechar que alguien se regodeaba con su hábito convirtiéndolo en un acto réprobo, innoble, soterrado de irresponsabilidad, de descuido, de olvido, de……. tantas cosas. No entendía como él, lentamente se convertía en la sospecha misma. Cada célula de su cuerpo iba siendo sospecha de algo. Su vida fue siendo tan trémula, que lentamente la sospecha que turbaba su andar, su viaje, su paseo, se convirtió en algo difícil de realizar.

Hoy lo vi. corriendo para alcanzar la otra vereda, como si fuera a estar entrenando para salto en largo para los próximos JJ.OO. Parecía abrumado. Creo ya sabía a donde lo había llevado la sospecha. Después alcancé a ver que caminó mas tranquilo, en su andar al menos, no se si él se sentía así. Lo dudo. Mientras, se perdía dando vuelta la esquina. Yo tenía que salir apurado para el camino opuesto, pateándome el mentón, los genitales, masticando el chicle del piso.