Ya el tiempo de preparación para el extraordinario acontecimiento requería una fuerza incrementada a lo largo de siglos, aunque eso, para el energetón, fuera únicamente un período breve, sin importancia. Para conseguir la cantidad de energía necesaria, el ser se veía forzado a extraer más potencia del doble astro, del mismo modo que, sistemáticamente, le había sacado «alimento» a través de los milenios.
Cuando el doble sol se oscureció por tercera vez en este período, el planeta sufrió algo semejante a un estremecimiento. Ni siquiera los más ancianos habitantes del planeta Vanda, del sistema binario de Berthes, recordaban un fenómeno parecido.
Tales eclipses aparecían generalmente una vez durante cada período e iban acompañados de tremendas tormentas y tempestades de arena, que todo lo arrasaban. Si un ser viviente no lograba refugiarse a tiempo en lugar seguro cuando sobrevenía el temporal, su muerte era segura.
La desaparición de la humedad del aire, que coincidía con impresionantes descargas eléctricas en la atmósfera, no daba posibilidad de supervivencia al hombre indefenso.
Sobre todo al principio, durante el primer período de colonización, los inmigrantes habían sufrido espantosas pérdidas. En la primera tormenta sucumbió una tercera parte de los desprevenidos pobladores.
Desde entonces, al cabo de casi dos siglos de la colonización de Vanda, sus habitantes estaban ya preparados para enfrentarse con tales fenómenos. Sólidas casas de roca ofrecían enérgica resistencia a las tempestades, y altos mástiles de acero, colocados en el centro de la doble población, desviaban hacia el suelo la peligrosa electricidad de la atmósfera. Grandes depósitos de agua proporcionaban a los edificios la seguridad que el aire conservaría el grado de humedad necesario.
En el transcurso de las tres últimas generaciones se había producido dos veces la repetición del eclipse del doble astro dentro de un mismo período. Apenas repuesto el planeta de las consecuencias del primer oscurecimiento, se había visto azotado de nuevo por las tormentas anunciadoras del segundo. Las devastaciones fueron terribles, y también hubo que lamentar desgracias personales.
El nuevo energetón iniciaba su existencia. Ansioso absorbía ya las energías, para que el nacimiento fuera más fácil. En ese instante debía separarse de su madre en una difícil y agotadora operación.
En consecuencia, el energetón madre recurrió por tercera vez en un solo período al doble sol, con objeto de tener preparado suficiente alimento para el descendiente.
Cuando en el horizonte comenzaron a dibujarse las primeras señales, Pierre se hallaba trabajando en los campos de mengo. Este sustituto de la patata terrestre era uno de los principales productos alimenticios del planeta. Pierre hundió con brío su pala en el fangoso suelo, sin observar que Lyra corría a su encuentro.
Desde lejos ella gritó sin aliento:
—¡Date prisa, Pierre! Tenemos que avisar a los demás y ayudarles…
—¿Cómo? ¿Y por qué?
—¡Vuelven a empezar las descargas azules!
—Pero eso significaría que…
—¡… Sí, que viene un tercer eclipse! —la muchacha terminó la frase.
—¡Corramos al pueblo, y hagamos lo que podamos!
Los dos jóvenes se tomaron de la mano y salieron a escape hacia la cercana aldea. Allí reinaba una actividad angustiosa. La gente actuaba presa del pánico.
Había que acondicionar al ganado, preparar las provisiones y llenar los depósitos de agua hasta los bordes.
Cuando Lyra llegó a la granja de sus padres, seguida del jadeante Pierre, chocó contra los brazos de su madre. Aquella mujer, normalmente tan serena y enérgica, estaba a punto de perder el control de sus nervios. La tormenta que se aproximaba iba a frustrar todas las esperanzas de una buena cosecha.
Lyra intentó consolarla.
—¡Ánimo, madre, que el mundo no se hundirá por eso! Con las provisiones que tenemos, de sobra resistiremos también el año próximo, aunque la tempestad arrasara todos los campos.
—Sí, pero…
La pobre mujer rompió en sollozos y tardó en poder agregar:
—Buscad a George… Seguro que está otra vez con sus aparatos, en vez de ayudarnos…
Al oír que llamaban a la puerta, George movió la cabeza malhumorado. ¡Precisamente ahora tenía que venir alguien a molestarle! ¿Es que no podían dejarle en paz? ¿No se habían reído todavía bastante de él y de su afición? Le llamaban el «escucha-estrellas», sólo porque se había construido un pequeño radiotelescopio —conectado a un aparato emisor y receptor— con el cual se dedicaba a buscar desconocidas fuentes de radio en el ámbito de la galaxia.
Claro que, hasta el momento, no había conseguido grandes éxitos. Pero él no era hombre que capitulara tan pronto ante un problema. ¡Que la gente se burlara de él cuanto quisiera! ¿Qué le importaba, al fin y al cabo, la falta de comprensión de los demás?
George se concentró nuevamente en su aparato. Hoy parecía tener suerte. Llevaba un rato percibiendo un extraño gemido entrecortado que, de vez en cuando, se veía dominado por un sonido sordo y constante. El joven no se explicaba tal fenómeno.
En aquel instante trataba de ajustar exactamente la fuente con ayuda de la antena del tejado. Lo había intentado ya varias veces, pero la radiación se le escapaba una y otra vez. Por consiguiente, se molestó mucho cuando la llamada a la puerta se repitió.
—¡Adelante, cuerno!
La cabeza ensortijada de Lyra asomó por el resquicio de la puerta. La muchacha hizo una mueca.
—¡Aquí está nuestro sabio incomprendido! —exclamó—. ¿Qué, ya estás escuchando la inmortal música de las esferas celestiales?
—¡Déjame tranquilo! ¿Qué queréis ahora? No tengo tiempo…
—Calma, George —intervino Pierre, apartando a Lyra al mismo tiempo que se acercaba al receptor—. Oye, ¿qué significa ese piar en el aparato?
—¡Eso no tiene importancia ahora! —protestó Lyra—. George, has de saber que nos espera un tercer eclipse. Tienes que ayudarnos a prepararlo todo.
—¡Imposible! Sería la primera vez que eso ocurre.
—Pues llegó esa primera vez —señaló Pierre con cierto aire de condescendencia—. Pero no me dijiste aún qué son esos ruidos tan raros que hace tu receptor.
Inmediatamente, los dos jóvenes se enfrascaron en una viva discusión. Tras repetidos intentos de interrumpir su conversación, Lyra comprendió que nada conseguiría, por lo que abandonó la estancia sin hacer ruido y se reunió con su madre para acabar con ésta los preparativos.
Pronto llegó el momento. El nuevo ser comenzó a moverse. Como una esponja iba chupando las energías extraídas del doble sol. El energetón madre se veía obligado a proporcionarle cantidades cada vez mayores.
Poco a poco se inició la separación del cuerpo original. El ser materno cayó en unas ligeras convulsiones para facilitar el proceso. De una densidad electromagnética increíblemente escasa por naturaleza, estas convulsiones produjeron una retracción. El energetón se espesó. Si antes era invisible a causa de la delicada distribución —incluso había sido inútil la radiación procedente del doble sol—, la nueva conglomeración produjo una suave luminosidad azul y fosforescente.
En su acalorada discusión, los dos muchachos no se dieron cuenta, de momento, que la fuente de radio había vuelto a desaparecer. Fue la súbita falta de señales lo que les hizo reaccionar.
—No lo entiendo en absoluto —dijo George con el ceño fruncido—. No puede existir una fuente que varíe de lugar con tanta rapidez.
—Quizá se trate de una nave espacial.
—No, Pierre. Eso no es posible, pero…
Pensativo, George tomó las anotaciones que tenía sobre su mesa de trabajo y, después de reflexionar con esfuerzo durante un par de minutos, corrió a la ventana.
—¡Perthes! —gritó—. ¡Esa tiene que ser la solución! Sal conmigo. Creo que lo descubrí.
Lleno de curiosidad, Pierre siguió a su amigo al exterior. Una vez fuera, George contempló caviloso el doble sol. Una súbita ráfaga de viento había desgarrado el velo de polvo, de modo que los dos astros quedaban perfectamente visibles.
Pierre apoyó una mano en el hombro del compañero.
—No creerás que… —comenzó a decir.
—Pues es la única posibilidad. Y dime, Pierre: ¿no observas nada especial?
Pero Pierre no descubrió nada raro, por mucho que se esforzara, y sacudió la cabeza.
—¡Mira bien los dos soles!
Fue entonces cuando Pierre notó que el doble astro aparecía rodeado de un halo de un azul fosforescente, fenómeno que no acertaba a explicarse. Nunca había visto nada semejante.
Por eso prestó escasa atención a lo que al respecto decía el amigo hasta que, de pronto, una de sus frases le arrancó de su estupor.
—¡No irás a afirmar que se trata de un ser viviente! ¿Ese resplandor azulado…? ¡Pero eso es absurdo!
—¿Ves como nunca escuchas? Acabo de exponerte por qué ese gemido o ese modo de piar, como prefieras llamarlo, tiene que ser la expresión de una forma u otra de vida. A mí me recuerda algo así como…, como los ladridos de un perro…
Por fin le comprendió Pierre.
—¡Los de una perra, querrás decir!
Ahora fue George el asombrado.
—¿Cómo…? ¿Qué…?
—Supongamos que una perra va a tener cachorros. ¿Qué hace entonces?
—Pues… muchas cosas. Gemir quedamente, por ejemplo —respondió George.
—¿Te das cuenta? En consecuencia, si tu teoría es cierta, pudiera tratarse aquí de un alumbramiento. Y para tal operación hace falta una cosa: ¡energía! La energía que pueden suministrar en cantidad suficiente nuestros dos soles…
—Son gemidos, en efecto —comprobó George muy pensativo—. Y en ese caso… ¡lo tengo, lo tengo…! —gritó el muchacho, volviendo a la casa a todo correr.
Impulsado por el deseo de terminar cuanto antes el proceso de separación, el energetón madre recurría cada vez con mayor frecuencia al abastecedor de energía. Era una feliz casualidad que la poderosa fuente se hallara tan cerca. Por regla general, el parto se producía mucho más despacio y solía acabar en un total agotamiento del cuerpo materno.
Las convulsiones adquirieron mayor intensidad y el calor azul se puso más denso. Pronto tendría efecto el nacimiento.
Pierre había seguido lentamente a George a la casa. El primero estaba manejando ya el ajuste de frecuencia del aparato, pero no el de recepción, sino el de emisión.
—¿Qué significa eso? ¿Acaso vas a emitir?
—Sí, claro.
—No lo entiendo.
—Fuiste tú, precisamente, quien me dio la idea. ¿Qué hace un perrito pequeño cuando tiene miedo y se siente amenazado?
—Gimotea y aúlla.
—¿Cómo?
—Pues… con voz aguda. Yo… Ahora ya sé lo que quieres hacer, pero… ¿crees que tendremos éxito?
—Hay que intentarlo. Cuando el cachorro llora, la madre procura ayudarle. Aquí no se trata de verdaderos aullidos, sino de algo que se manifiesta como señales de radio. Si ahora, yo emito en ultrasonido, y lo hago de manera entrecortada, entonces…
—… Entonces pudiera suceder que ese algo de allí arriba lo tomara por una expresión de angustia y comprendiese, quizá, que la excesiva extracción de energía de nuestros soles amenaza otras vidas.
—Exactamente.
Y George empezó a emitir.
La población de Vanda estaba al borde de la desesperación. Ráfagas cada vez más furiosas reventaban el suelo de los campos de cultivo, y las cuidadas plantaciones de frutales existían ya sólo en el recuerdo de los que fueran sus propietarios.
Las descargas eléctricas alcanzaron un nuevo punto culminante. Tremendos rayos hicieron tambalearse los mástiles de acero, que se veían envueltos en un loco fuego de San Telmo. La gente permanecía apretujada en sus viviendas, en espera de lo peor.
De repente, la oscura capa que cubría el cielo se abrió. La tempestad de arena iba cediendo. Tampoco se repitieron las descargas eléctricas.
¿Un milagro? El doble astro brillaba con su antigua fuerza. Los habitantes de Vanda se lanzaron al exterior con un inmenso alivio.
¿Un milagro?
Aunque todo el mundo creyera en un hecho maravilloso, George y Pierre estaban convencidos de lo contrario. Para ellos no existía duda de que habían sido testigos de un entendimiento entre el hombre y la vida cósmica.
Claro que George hubiera dado cualquier cosa por saber qué había entendido aquel ser de su mensaje, y qué había sido de su cuerpo…