LA SALIDA - Mauro Cartasso

Infinitas horas, tal vez días... encerrado en esta prisión, no entiendo como sigo aún en pie, la luz, las ausencias, mi cuerpo mutilado. Esas cuatro paredes que no me permiten siquiera fallecer. El blanco de mis recuerdos...

En cierto momento noté algo, fue como un parpadeo, una falla en la prisión que me encierra desde quien sabe cuando, esto me dió nuevas esperanzas. Comencé a vigilar, de a poco fui notando, una casi imperceptible secuencia. Primero una pared, luego otra y así sucesivamente. Pero qué era el fenómeno que observaba? a qué obedecía?.

Fui haciendo dentro de mis posibilidades el seguimiento, una línea, una luz, tal vez una sucesión de píxeles de la pantalla de un ordenador diminutos, reales, o simplemente eso quería pensar. Mis manos se apresuraban al detectarlos tan solo quería tocarlos, atraparlos, sentirlos, los seguí por todas las paredes, una y otra vez. No logré nada, otro sin sentido, como todo lo que vivo desde que estoy aquí encerrado.

Mi insistencia en seguir el reflejo llevó a darme cuenta que siempre en el mismo vértice del cubo se apagaba, el brillo se ocultaba entre la unión de las paredes y perdido por perdido allí puse atención. El brillo se acercaba apenas visible para el ojo humano pero a esta altura hasta dudaba si yo lo era... Justo en el momento de atravesar el punto de unión atiné tocar apenas la luz y con sorpresa sentí que mis dedos atravesaron la dura pared. Inmediatamente volví hacia atrás mi mano, por temor, pero temor de qué?... necesito salir de este lugar. De a poco fui tomando coraje, calculé cada centímetro del recorrido de esa luz misteriosa, verifiqué que el fenómeno de desaparecer solo sucedía en uno de los vértices, me preparé y esperé paciente. La primera vez que lo intenté no resultó, el golpe, rebotar y caer me dejaron marcas en el hombro, el brazo y una pierna dolorida, sin embargo no me detendría. Ya lo había probado todo, otras opciones no había,  y me abalancé con todas mis fuerzas en el momento justo para abandonar de una vez mi claustro.

Era de noche, poca luz iluminaba el lugar, miré a ambos lados... nada. Respiraba libertad, estaba con el corazón a mil, casi saliendo de mi pecho, cerré los ojos me tomé la cabeza y lloré, podía hacerlo, el cabello se sentía grasiento y la ropa eran unos harapos malolientes, pero era yo, estaba vivo. De repente una ambulancia que se acercaba a cierta velocidad con su sirena y todas las luces encendidas, tanto que iluminaron lo suficiente como para ver una línea de luz que se perdía en el vértice de la pared con el dibujo de un sifón, venían otra vez por mi.