Su puerta, de verde bilis pintada,
es cadáver insepulto en tierra feroz de sonrisas.
Voy entre los grandes vientos de Marte
hacia la ciudad muerta de Korad.
La soledad del aire no responde a mi soliloquio.
Sabor de serrín y lengua hinchada.
Paso por el abismo de sus calles
con mi boca seca y mi inútil oficio de árbol grande.
Ellos quieren podarle su corona
a la hora en que sube la marea en los canales;
ahora y en la hora en que mi voz justa
te busca en esa torre
donde mi eco te nombra, Dejah Thoris.
Sirena de crepúsculos y de noches,
yo quiero engendrar en tu belleza
el fruto largo tiempo retenido;
y en la tibia medianoche de un estío
derretir el frío que siempre te devora.
Voy hacia ti, trenzando mis dedos en tu cabellera.
La mano se detiene suave en su seda;
pues más suave que el agua es tu cabello.
Me duermo y me abandono.
Blanco cementerio de guerreros
matados en noche de dos lunas
por vampiros hinchados como arañas.
Se alegran después del banquete y cantan:
"Somos la vieja secta del Cosmos
que con celo de vestales a la inversa
vigila el surgir de la llama votiva.
Aparecemos con nuevo nombre
en busca de la misma sangre.
No podemos vivir de nosotros mismos;
no producimos obras ni arrojamos sombra.
Incapaces de crear, destruimos con la lengua.
La lengua es nuestro prepucio a circuncidar."
Dos lunas, dos ojos tiene la noche de Marte.
Voy a luchar contra los vampiros que despiertan;
los vampiros de metano llegados de Júpiter.
Señorean la ciudad muerta de Korad;
ciudad suave de sombras y de frías colinas,
donde mi princesa refugia su soledad.
Mi memoria me lleva a los planetas.
Mientras recorro ciudades marcianas
al encuentro del rey de los vampiros
al encuentro de la noche y mi princesa
que aguarda en el centro de la cúpula
que se levanta en el centro de la torre
que está en el centro del laberinto.
Oscar Hurtado