EL SEGUNDO ASNO DE SANCHO - Pedro Felix Novoa Castillo
“Los
espíritus vulgares no
tienen destino”.
Platón.
Miró
la pantalla y no quiso admitirlo. Siempre que tenía un discurso
importante, solía desatar una infaltable burrada del hocico. ¿Acaso
la condena de aquella absurda tarde en el café, se estaba
cumpliendo? Desde luego que no. ¿Aceptar que un estúpido artefacto
pueda determinar tu trascendencia? ¡Qué locura! Sería como tener a
nuestro destino dentro de un cilindro girando hacia ningún lugar.
El
congresista X despegó la mirada de la computadora y no quedó gran
cosa de él. Tenía una noche sin dormir debajo de los ojos y el
rostro percudido de cinco cajetillas consumidas sin parar. Cogió el
intercomunicador: cerebrito
tienes que venir.
Del aparato: un
susurro distorsionado.
Sacó de memoria un cigarrillo. Lo encendió.
Al
cabo de unos minutos; un tipo de unos veinte, ingresaba con andar
pausado. X ni bien lo vio, le señaló la computadora como culpándola
de sus desgracias.
–Cerebrito,
lee esta página web –dijo masticando el humo del cigarrillo– no
sé qué hacer, cof–cof–cof.
El
joven leyó tan rápido que dio la impresión de no haberlo hecho. Ya
lo sabía, dijo con la suficiencia que ya tenía acostumbrado al
congresista.
–Lo
sabes todo, amigo; ojalá puedas ayudarme. La tos siguió
ametrallando su garganta.
–¿Ha
leído el Quijote? –preguntó compasivamente.
–¡Por
supuesto! –respondió X, ofendido por la duda– Pero hace tiempo
–aclaró.
–La
web es exacta –sentenció el joven, haciendo un gesto de
misericordia al ver cuatro ceniceros bombardeados de colillas–. No
se sienta mal, no es el primero. Casi todo el mundo atribuye ese
refrán al Quijote. También dudé; por eso perseguí al refrán con
mi sabueso electrónico por un centenar de libros digitalizados sobre
el Quijote, y nada. Pero seguiré olisqueando más obras…
–Eso
ya no importa –interrumpió X, con su natural aversión a la
erudición–. Ahora me interesa saber quién es ese sujeto; por qué
diablos firma con esa estúpida herradura; y sobre todo, pedirle que
vuelva a escribir su web sin poner mi nombre, sino a los congresistas
en general. Ofrécele lo que sea; creo que pidió una reunión
conmigo para hacerlo. Dile que acepto.
–No
es de la oposición, señor. Es un loco que cree ser un personaje
inexistente del Quijote.
–¿Inexistente?
–Sí,
dice ser un caballo llamado Rocinante. De ahí, el relinchante nombre
de su web y la herradura a manera de rúbrica.
–Realmente
está loco ese pobre idiota; porque todos sabemos que don Quijote no
tuvo ningún caballo; sólo el rucio de Sancho.
–Así
es. Pero en su delirio piensa que por culpa de su existencia real; su
posibilidad literaria ha dejado de existir. Y que por esto, nadie
recuerda a ese tal Rocinante.
–¡Qué
tontería!
–Además
dice que su vida real comparada con su posibilidad ficticia es
demasiado intrascendente.
–Bueno,
¿Y qué más sabes de él?
–No
mucho. Su verdadero nombre es Iván Paredes; y hace un tiempo estudió
informática en la Católica.
–¿Terminó?
–No,
porque lo expulsaron acusándolo de robar material informático para
construir un artefacto.
–¿Un
artefacto?
–Sí,
uno rarísimo que emplea datos de la realidad y la ficción
literaria. Está convencido de que la vida está regida por la
búsqueda de la trascendencia; y que tenemos dos posibilidades para
encontrarla: una real y otra ficticia. Afirma que su aparato asegura
la gloria a través de un bucle que repetirá la historia
indefinidamente hasta obtenerla... El sistema inicia identificando tu
existencia y tu posibilidad; compara ambas y recomienda la más
trascendente. Por ejemplo, dice que su existencia real es
insignificante comparada con su posibilidad ficticia. Ya que como
Iván Paredes, estudiante trunco de sistemas, es un don nadie; pero
como Rocinante en cambio, podría llegar a ser un gran personaje de
la literatura universal.
¡Qué
locura!, hace unos años destruí un aparato similar; pensó X. Pero
no estaba convencido. Era un recuerdo confuso y medio vacío.
–Cof–cof–cof.
¡Basta! podría quedar arrancándome los cabellos y seguir oyendo
más disparates, pero tengo que irme; cof–cof–cof, ¿tendrás
algo para esta torturante carraspera?
–Tengo
un consejo: deje de fumar.
X
salió de la sala. Lo esperaba otro discurso trascendente. Esta vez
nada de refranes del Quijote, prometió.
Iván
inició el ritual del encendido. Colocó los chips de memoria robados
hace años y conectó la electricidad. Su artefacto comenzó a vibrar
como un corazón reviviendo; se detuvo. En la pequeña pantalla un
anuncio: TRASCENDENCIA
1.0 y
como subtítulo en caracteres pequeños cargando
electricidad y memoria.
Al
minuto, un botón púrpura se activó. En la pantalla: Proceso
completado.
Iván rápidamente desconectó el aparato y lo guardó en uno de sus
bolsillos.
–Mucho
gusto, señor Paredes –dijo X estirando una mano tembleque y
esforzando una mueca de amabilidad en el rostro.
–Rocinante,
para usted –corrigió sin aceptar la mano ofrecida –y dentro de
unos minutos para el resto del mundo.
Ambos,
mecánicamente tomaron asiento. En la mesa, dos tazas de café se
enfriaban y perdían consistencia.
–Bueno
–dijo X con voz desprovista de cortesía –acabemos con esto, soy
una persona de asuntos trascendentales.
Iván
sacó su artefacto, para hacer una demostración previa. Digitó:
Miguel
de Cervantes Saavedra.
De inmediato, en la pantalla: la
posibilidad literaria de esta persona es la de un personaje de novela
rosa que se escribirá en el 2006. Recomendación del sistema: no
alterar, ya que la existencia real es mucho más trascendente que la
posibilidad ficticia.
Más
abajo: Presione
ENTER
para
confirmar el cambio o EXIT
para
cancelarlo.
Iván
presionó EXIT.
Los dos leyeron: la
identidad no fue alterada.
–Ahora
observe.
Iván
digitó su nombre completo. En la pantalla: la
posibilidad literaria de esta persona es la del caballo Rocinante, un
personaje de la saga del Quijote. Recomendación del sistema:
alterar,
ya que la posibilidad ficticia es mucho más trascendente que la
existencia real.
Abajo: las teclas ENTER
y
EXIT
aguardaban.
Iván tenía que decir algo antes.
–El
refrán que le trajo tantas burlas; podría decirlo el propio
Quijote, si acepta adoptar su posibilidad literaria. Si entra en la
ficción, se convertirá en un personaje del Quijote; y podrá dar
vida a un pasaje ahora inexistente, donde de alguna manera contribuye
para que se mencione el dichoso adagio. Si me permite, voy a grabar
estas últimas palabras –apretó un botón del artefacto. Puso la
reproducción automática para dentro de tres minutos–: Estimado
congresista, digite su nombre y conozca su posibilidad literaria.
Siga las instrucciones y acepte la recomendación del sistema. De no
hacerlo, estará condenado a la intrascendencia.
Iván
detuvo la grabación. Es hora de partir a la gloria, sentenció. Aquí
dejo el artefacto, por si se anima a dejar su actual insignificancia
histórica.
Presionó
ENTER
y
una grieta temporal se abrió por encima de Iván engulléndolo. El
artefacto cayó sobre la mesa, donde ahora sólo quedaba una taza de
café. X olvidó a Iván Paredes. Al tiempo que el mundo, de golpe,
tuvo cuatrocientos años de recuerdo de Rocinante. En la pantalla del
artefacto: la
identidad fue alterada satisfactoriamente.
Se
inició la reproducción automática. X la escuchó sorprendido. ¡Qué
absurdo! Era como estar dentro de un cilindro girando hacia ningún
lugar. A pesar de lo delirante de la propuesta oída, se animó a
utilizar el artefacto. ¿Qué personaje seré, un soldado, un cura o
un simple pastor? Digitó su nombre completo. En la pantalla
apareció: La
posibilidad ficticia de esta persona es la del segundo asno de Sancho
Panza perteneciente a la saga del Quijote. Recomendación del
sistema: alterar,
ya que la posibilidad ficticia es mucho más trascendente que la
existencia real.
El
artefacto, como una tostada, acabó sumergido en la taza de café. El
congresista se levantó. Dentro de unas horas, tenía otro discurso
trascendental. Iniciaré mi parlamento con un refrán, amenazó.
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