Ariel Ferrer
JUVENTUD RETRATADA - Ariel Ferrer
El
anuncio le resultó tentador “joven de buena presencia entre veinte
y veinticinco años para modelar, muy buena remuneración”, para
Ezequiel que tenía veinte recién cumplidos y más sueños en su
cabeza que billetes en su bolsillo no había mucho más que pensar,
desde temprana edad era halagado por las chicas de su entorno, e
incluso, por las propias madres de las chicas que veían en él un
futuro sex symbol. Tomó el anuncio y lo guardó en su billetera
junto a las habituales cosas que contenía… documentos… alguna
tarjeta y a veces… algo de dinero. A la vuelta de la facultad llego
presuroso al departamento que compartía con otro estudiante varios
años mayor que él y conocido de sus padres, esa confianza le había
permitido obtener el permiso para venir a estudiar tan lejos de casa,
el pueblo natal de Ezequiel quedaba a poco más de mil doscientos km
de la gran urbe donde hoy pasaba sus días y las remesas de dinero
que con grandes esfuerzos mandaba su padre alcanzaban “a gatas”
para el alquiler y la comida. Después de un saludo cariñoso y breve
a su compañero, Ezequiel tomo el teléfono y llamo al remitente de
dicho anuncio, por el tono cálido de su voz, Lucio (tal era el
nombre de su compañero), percibió enseguida que se trataba de una
mujer… no charlaron mucho y Lucio apenas logro escuchar que se
ponían de acuerdo en una dirección y un horario y que la suma de
dinero era importante por el salto que dió Ezequiel y la alegría
incontenible que ostentaba y sobre el final le escucho decir “adiós
señora Cavallieri”. Ezequiel se dirigió rápidamente a su
habitación a preparar la ropa que iba a ponerse pues el horario de
encuentro era próximo y Lucio solo le preguntó si la propuesta
venía de una antigua profesora de pintura que el mismo había tenido
en sus primeros años de estudio… no se... respondió Ezequiel, pero por la voz no creo que lo sea… no debe tener mas de treinta años…
Lucio meditó un segundo y pensó… imposible que lo sea, la señora
Cavallieri contaba ya más de cuarenta cuando él la tenía en su
clase y eso había sido unos cinco años antes. No me esperes a cenar
ni a dormir dijo Ezequiel, la señora Cavallieri tiene todas las
comodidades para que yo me quede allí y me aclaró que cuando está
inspirada no le gusta dejar de pintar y retomar al otro dia… ok
dijo Lucio, se estrecharon en un abrazo cómplice, seguros ambos que
las intenciones de Ezequiel eran mucho más divertidas que solo estar
parado posando para una artista. La casa de la señora Cavallieri era
inmensa, lo que llamaríamos… un caserón, de tres plantas y
enclavada en una esquina de palermo viejo, era la típica
construcción de los años veinte o treinta, con sus volutas añejas
sosteniendo balcones en desuso, con sus maderas curtidas y roídas
por el tiempo y la falta de amor. Carecía de timbre, en su lugar la
pesada puerta de hoja y media contaba con un llamador de bronce que
claramente no brillaba desde hacía largo, largo tiempo; un llamador
que Ezequiel ni siquiera llego a tocar porque un instante previo a
eso la puerta se abrió y la señora Cavallieri mirándolo a los ojos
le exclamo “que puntual Ezequiel, me gusta esa virtud en mis
hombres"… El muchacho pidió permiso y entró en el acogedor e
inmenso living mientras la saludaba cortésmente, ella no era ni de
cerca la cincuentona que por un momento el imaginó lo que motivó
una sonrisa pícara y ella inquirió acerca de esa sonrisa, él pasó
a explicarle la confusión sobre la posible edad de ella, era muy
obvio que, al menos esta señora Cavallieri, no pasaba los treinta años,
ella se limitó a escuchar sin emitir palabra alguna. Bebieron algo
de vino, se contaron diversas historias de ambos, cenaron y ella lo
llevó al “atelier” privado que poseía… este ocupaba todo el
segundo piso de la casona, era realmente estremecedor, amplio y sin
columnas, con un piso de parqué francés impecablemente lustroso, y
un techo alto coronado por una araña de más de cuatrocientas piezas, solo eso
y las paredes, las paredes con sus cuadros, decenas de ellos, y una
sola característica hermanándolos, todos y cada uno de esos cuadros
era un retrato, un retrato de un hombre joven y ninguno de esos
rostros se repetía, mismos fondos, misma araña… solo cambiaba la
cara y la ropa del modelo en cuestión, algunos vestidos con ropa de
época, era obvio que algunos de esos cuadros tenían ya más de
cuatro o cinco décadas de pintados. Ella le pidió a Ezequiel que se
pusiera cómodo mientras preparaba el lienzo y todos los menesteres
para retratarlo, el buscó su copa de vino y se sentó en un taburete
alto que se mostraba justo en el centro del salón… siguieron
riendo y ella empezó a pintar, él, que nunca había modelado estaba
inquieto y movedizo, hablaba y pedía reiteradas disculpas por no
poder quedarse quieto, ella lo tranquilizaba y solo lo miraba a los
ojos mientras pintaba, Ezequiel no sabía nada de pintura pero le era
inevitable no entender como ella podía seguirlo pintando si solo lo
miraba a los ojos y el cambiaba constantemente de posición… ella
seguía pintando… la señora Cavallieri le pregunto sobre la “otra”
señora Cavallieri, sobre la charla con Lucio y si él le había
dicho algo más sobre este trabajo… Ezequiel le dijo la poca verdad
que se podía decir… Lucio había tenido una profesora de pintura
del mismo nombre pero que hoy contaría con unos cincuenta años y
que obviamente no era ella, aprovecho para recalcar lo hermosa que
era y el hecho de que le excitaba sobremanera estar posando, ella le
pidió que se recostara sobre un gran sillón porque tanto tiempo
parado lo cansaría con seguridad y se vería reflejado en su rostro,
Ezequiel se recostó, reconoció sentirse algo cansado y culpo al
profesor de básquet que le había exigido más de la cuenta. Ella se
acercó al sillón y paso su mano por el rostro de Ezequiel sin
retirarle la mirada de los ojos ni por un segundo, se inclinó y le
dio un beso… susurrándole al oído "puedes dormir un rato, seguiré
pintando de memoria… descansa que mañana sera un dia duro". El
cerró sus ojos y realmente sintió que estaba cansado, casi abatido.
Algunos rayos de un sol naciente de primavera golpeaban las gotas de
la araña y se descomponían en cientos de pequeños arcoíris,
cansado aún Ezequiel abrió los ojos y vió a la señora Cavallieri
sentada frente al lienzo, con la mirada aun entrecerrada no pudo
evitar que de mañana y bañada por esos arcoíris ella se viera
espléndida, radiante, aún más joven que la noche anterior, ella lo
vio despertar y se apresuró a seguir pintando, movía sus manos
rápida y nerviosamente, él intentó reincorporarse pero no logró
hacerlo y cayó , desplomado, sobre el piso de parqué, sus brazos
temblaban, sus piernas no le respondían, la señora Cavallieri le
dijo “no intentes levantarte, estás muy débil, recuéstate
nuevamente que ya estoy por terminar”, Ezequiel empezó a lagrimear
entendiendo que algo malo estaba por ocurrir… Ella cambió de
pincel y empezó a firmar su obra, Ezequiel sentía como su alma era
arrancada de su cuerpo, antes de poner las últimas letras de su
apellido ella exclamó “no llores!!! compórtate como un hombre!!!
acaso no ves que todos han venido de gala a recibirte!!!”. En su
último esfuerzo Ezequiel miró los muchos retratos de la pared y con
los ojos salidos de sus órbitas vió que todos y cada uno de esos
jóvenes, lucían hoy, un traje negro…, un traje negro… para su
funeral.
Ariel Ferrer
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