QUERIDO DIARIO - Richard Matheson
1 de junio de 1954
Querido Diario:
Francamente, a veces me siento tan asqueada de este cuarto amueblado, ¡que podría vomitar! La ventana está tan sucia…; los sábados y los domingos, por la mañana, parece que estuviera por llover aunque brille el sol.
¡Y qué vista! Ropa interior goteando desde las sogas. Fajas, prendas interiores… Es como para desear la muerte. Todo apesta.
Y ese borracho que vive del otro lado del vestíbulo, empeora las cosas todavía más. Dónde consigue el dinero para la bebida, ¿quién lo sabe? probablemente asaltando viejas. Siempre bebido, cantando; me hace proposiciones en ese vestíbulo, que parece uno de los calabozos que se ven en las películas de Errol Flynn. Por dos centavos, o menos, podría pedir por correo una pistola de calibre treinta y dos, y mataría de un tiro a esa piltrafa. Me pondrían a la sombra, no más preocupaciones… ¡Ahhh, no vale la pena!
¡Y vaya farra la de mañana a la noche! Harry Hartley me lleva al Paramount; por un espectáculo de tres por cinco y un plato de guiso querrá que le haga de esposa toda la noche. Francamente, hace un calor inaguantable. Ahora tengo que lavar unos trapos para mañana. ¡Qué cosa detestable! ¡Oh, cállense! Esos imbéciles de allá enfrente, ¡siempre con su blablablá! Los New York Giants, los Brooklyn Dodgers… ¡Por qué no se morirán todos!
Y cuando pienso en ese maldito viaje en subterráneo, mañana, dos veces. Todos apretados como sardinas, las caras encendidas como tomates. ¡Qué placer!
¡Dios, qué no daría por salir de aquí! Hasta podría casarme con Harry Hartley, y eso quiere decir que las cosas están muy mal.
¡Oh!, ir a Hollywood y ser una estrella como Ava Gardner o ésas. Que los hombres se atropellaran por besarle la mano a una. “Vete, Clark[3], me fastidias”. Sí, ya iba a fastidiarme a mí. Me lo comería.
¡Uf, qué lugar más piojoso! ¿Qué futuro tiene aquí una muchacha como yo? No tengo más festejante que ese gordo estúpido; Harry, alias Guiso.
Dentro de dos semanas, las vacaciones. Dos semanas de nada. Ir a Coney Island con Gladys. Sentarme en esa maldita playa a ver la basura que flota, y enloquecerme con los chicos que hacen franela a más no poder. Después me quemo toda, y quizás atrapo una fiebre. Y ver películas a granel… ¡Vaya vida!
Me gustaría estar a mil años de aquí; eso es lo que me gustaría. Entonces… nada de trabajo. Viviría en un lindo lugar, donde hay cohetes, y se pueden tomar píldoras en vez de comida, y amor libre. ¡Eso me gustaría! Las píldoras, por supuesto. ¡Me gustaría divertirme!
Esta no es época para vivir. Guerras, gente que se grita, y ¿qué puede esperar una muchacha de la vida?
Tengo que lavar mi condenada ropa interior.
* * *
10 de junio de 3954
Querido Factum:
A veces, ¡sí!, me cansa tanto esta morada plastoide que me siento inclinada hacia la regurgitación.
¡Qué vista deprimente!
El espaciopuerto enfrente, cruzando la ruta. Toda la noche buzz, buzz, y esas eyecciones rojas de los motores. Ni siquiera sirve de nada tomar píldoras y frotarse narcotiloción en los ojos y en las orejas. Eso basta para que me sienta enferma. Todo es tan detestable…
Y ese vecino idiota con su máquina de rayos. Me enfurece saber que puede ver a través del plastoide. Hasta cuando levanto mi pantalla de fibra siento que me está mirando. ¿De dónde saca los vales de aprovisionamiento para los materiales que necesita? En el empleo del espaciopuerto no ha de ganar lo suficiente. Me atrevería a decir que roba boletos de cambio de la oficina comercial.
Por dos minivales podría conseguir una pistola atomizadora en la armería del espaciopuerto, y desintegrar a ese maldito libertino. Entonces me encerrarían en los calabozos de Venus y todo estaría arreglado.
No, no vale la pena. No puedo soportar el calor, y odio las tormentas de arena.
Y mañana a la noche, ¡oh, gran diversión! Hendrich Halley me lleva al Teatro Espacial, y por una lamentable interpretación y un pobre plato de murciélago lunar fricassé pretenderá que yo corra el riesgo de quedar preñada. ¡Vamos, hombre!
Hace un calor tan terrible. Y mi tonta lavadora eléctrica viene a descomponerse precisamente cuando la necesito. Tendré que volar hasta el Espaciomático para lavar la ropa, y me molesta tanto volar de noche…
¡Oh!, ahí están otra vez esos tontos de enfrente. ¿Por qué no apagan sus altavoces? Esta maldita junta local tiene que escuchar cuanta palabra decimos. ¡Ahí van otra vez! Las Águilas Marcianas, los Calcetines Rojos de la Luna… ¡Que sucumban todos en el vacío!
Y cuando pienso en ese miserable viaje en la nave espacial, mañana, ¡dos veces! Esa lenta monstruosidad. Imagínate, ¡más de una hora para llegar a Marte, por el amor de Dios!
Es demasiado. Qué no daría por salir de todo esto. Hasta podría soportar una unión societaria con Hendrick Halley. ¡Gran galaxia, tan mal están las cosas!
Ir a la capital del teatro y convertirse en una luminaria, como Gell Fig o alguien así. Que los hombres se desmayen ante una y supliquen para que una los acompañe a sus planetas natales. ¡Cómo odio esta ciudad brillante e inmaculada!
¡Oh, este sitio vil! ¿Qué futuro tiene aquí una joven? Ninguno. No hay hombres atractivos; no, por cierto, Halley Murciélago Lunar, con esa navecita horrible, llena de óxido en las junturas. Ni siquiera me atrevería a ir hasta Europa con esa ruina.
En dos semanas, vacaciones. Nada que hacer. Viajes aburridos hasta la Playa Lunar. Sentarse junto a esa maldita piscina y mirar cómo se miman los adolescentes. Y después me entra ese polvo rojo en la nariz y pesco una fiebre. Y un millón de viajes al Teatro Espacial. ¡Oh, qué lamentable! ¡Ojalá viviera en los días antiguos, hace muchos miles de años! Entonces uno podía saber qué era qué. Había tanto que hacer… Los hombres eran hombres, y no idiotas calvos y sin dientes, como ahora.
Podría hacer lo que me gustara, sin que el gobierno me estuviera vigilando los pasos. Esta no es época para vivir. ¿Qué puede esperar una joven como yo en estos tiempos?
¡Oh, maldición! Debo volar al Espaciomático y tender mi ropa.
* * *
Querida Losa:
A veces me siento tan harta de esta maldita caverna que podría…
Querido Diario:
Francamente, a veces me siento tan asqueada de este cuarto amueblado, ¡que podría vomitar! La ventana está tan sucia…; los sábados y los domingos, por la mañana, parece que estuviera por llover aunque brille el sol.
¡Y qué vista! Ropa interior goteando desde las sogas. Fajas, prendas interiores… Es como para desear la muerte. Todo apesta.
Y ese borracho que vive del otro lado del vestíbulo, empeora las cosas todavía más. Dónde consigue el dinero para la bebida, ¿quién lo sabe? probablemente asaltando viejas. Siempre bebido, cantando; me hace proposiciones en ese vestíbulo, que parece uno de los calabozos que se ven en las películas de Errol Flynn. Por dos centavos, o menos, podría pedir por correo una pistola de calibre treinta y dos, y mataría de un tiro a esa piltrafa. Me pondrían a la sombra, no más preocupaciones… ¡Ahhh, no vale la pena!
¡Y vaya farra la de mañana a la noche! Harry Hartley me lleva al Paramount; por un espectáculo de tres por cinco y un plato de guiso querrá que le haga de esposa toda la noche. Francamente, hace un calor inaguantable. Ahora tengo que lavar unos trapos para mañana. ¡Qué cosa detestable! ¡Oh, cállense! Esos imbéciles de allá enfrente, ¡siempre con su blablablá! Los New York Giants, los Brooklyn Dodgers… ¡Por qué no se morirán todos!
Y cuando pienso en ese maldito viaje en subterráneo, mañana, dos veces. Todos apretados como sardinas, las caras encendidas como tomates. ¡Qué placer!
¡Dios, qué no daría por salir de aquí! Hasta podría casarme con Harry Hartley, y eso quiere decir que las cosas están muy mal.
¡Oh!, ir a Hollywood y ser una estrella como Ava Gardner o ésas. Que los hombres se atropellaran por besarle la mano a una. “Vete, Clark[3], me fastidias”. Sí, ya iba a fastidiarme a mí. Me lo comería.
¡Uf, qué lugar más piojoso! ¿Qué futuro tiene aquí una muchacha como yo? No tengo más festejante que ese gordo estúpido; Harry, alias Guiso.
Dentro de dos semanas, las vacaciones. Dos semanas de nada. Ir a Coney Island con Gladys. Sentarme en esa maldita playa a ver la basura que flota, y enloquecerme con los chicos que hacen franela a más no poder. Después me quemo toda, y quizás atrapo una fiebre. Y ver películas a granel… ¡Vaya vida!
Me gustaría estar a mil años de aquí; eso es lo que me gustaría. Entonces… nada de trabajo. Viviría en un lindo lugar, donde hay cohetes, y se pueden tomar píldoras en vez de comida, y amor libre. ¡Eso me gustaría! Las píldoras, por supuesto. ¡Me gustaría divertirme!
Esta no es época para vivir. Guerras, gente que se grita, y ¿qué puede esperar una muchacha de la vida?
Tengo que lavar mi condenada ropa interior.
* * *
10 de junio de 3954
Querido Factum:
A veces, ¡sí!, me cansa tanto esta morada plastoide que me siento inclinada hacia la regurgitación.
¡Qué vista deprimente!
El espaciopuerto enfrente, cruzando la ruta. Toda la noche buzz, buzz, y esas eyecciones rojas de los motores. Ni siquiera sirve de nada tomar píldoras y frotarse narcotiloción en los ojos y en las orejas. Eso basta para que me sienta enferma. Todo es tan detestable…
Y ese vecino idiota con su máquina de rayos. Me enfurece saber que puede ver a través del plastoide. Hasta cuando levanto mi pantalla de fibra siento que me está mirando. ¿De dónde saca los vales de aprovisionamiento para los materiales que necesita? En el empleo del espaciopuerto no ha de ganar lo suficiente. Me atrevería a decir que roba boletos de cambio de la oficina comercial.
Por dos minivales podría conseguir una pistola atomizadora en la armería del espaciopuerto, y desintegrar a ese maldito libertino. Entonces me encerrarían en los calabozos de Venus y todo estaría arreglado.
No, no vale la pena. No puedo soportar el calor, y odio las tormentas de arena.
Y mañana a la noche, ¡oh, gran diversión! Hendrich Halley me lleva al Teatro Espacial, y por una lamentable interpretación y un pobre plato de murciélago lunar fricassé pretenderá que yo corra el riesgo de quedar preñada. ¡Vamos, hombre!
Hace un calor tan terrible. Y mi tonta lavadora eléctrica viene a descomponerse precisamente cuando la necesito. Tendré que volar hasta el Espaciomático para lavar la ropa, y me molesta tanto volar de noche…
¡Oh!, ahí están otra vez esos tontos de enfrente. ¿Por qué no apagan sus altavoces? Esta maldita junta local tiene que escuchar cuanta palabra decimos. ¡Ahí van otra vez! Las Águilas Marcianas, los Calcetines Rojos de la Luna… ¡Que sucumban todos en el vacío!
Y cuando pienso en ese miserable viaje en la nave espacial, mañana, ¡dos veces! Esa lenta monstruosidad. Imagínate, ¡más de una hora para llegar a Marte, por el amor de Dios!
Es demasiado. Qué no daría por salir de todo esto. Hasta podría soportar una unión societaria con Hendrick Halley. ¡Gran galaxia, tan mal están las cosas!
Ir a la capital del teatro y convertirse en una luminaria, como Gell Fig o alguien así. Que los hombres se desmayen ante una y supliquen para que una los acompañe a sus planetas natales. ¡Cómo odio esta ciudad brillante e inmaculada!
¡Oh, este sitio vil! ¿Qué futuro tiene aquí una joven? Ninguno. No hay hombres atractivos; no, por cierto, Halley Murciélago Lunar, con esa navecita horrible, llena de óxido en las junturas. Ni siquiera me atrevería a ir hasta Europa con esa ruina.
En dos semanas, vacaciones. Nada que hacer. Viajes aburridos hasta la Playa Lunar. Sentarse junto a esa maldita piscina y mirar cómo se miman los adolescentes. Y después me entra ese polvo rojo en la nariz y pesco una fiebre. Y un millón de viajes al Teatro Espacial. ¡Oh, qué lamentable! ¡Ojalá viviera en los días antiguos, hace muchos miles de años! Entonces uno podía saber qué era qué. Había tanto que hacer… Los hombres eran hombres, y no idiotas calvos y sin dientes, como ahora.
Podría hacer lo que me gustara, sin que el gobierno me estuviera vigilando los pasos. Esta no es época para vivir. ¿Qué puede esperar una joven como yo en estos tiempos?
¡Oh, maldición! Debo volar al Espaciomático y tender mi ropa.
* * *
Querida Losa:
A veces me siento tan harta de esta maldita caverna que podría…
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