VIDAS EJEMPLARES - Jaime Poniachik

La historia de la humanidad es el relato de un amnésico. Los genios que más han contribuido al desarrollo de la civilización continúan pareciéndonos absurdos y desconocidos. Prueba suficiente de ello es la persistente ausencia de las vidas y obras de tales genios en la bibliografía escolar y universitaria.

Del Prólogo de la Enciclopedia de Hombres Notables
del Dr. Diógenes Saint-Woob.

1. La enciclopedia de Severo Crosvy

Bautizado Iván, el personaje que ahora nos ocupa es recordado por la

humanidad bajo el nombre de Severo. Hijo de padres pescadores, tal como consta en el acta de nacimiento que conserva la municipalidad de Vancouver Sur Mer, el niño Iván contempla el mundo que se abre a sus sentidos con inusual asombro. Siendo su padre y madre sordomudos, y alejado de cualquier otro contacto humano, Iván no puede menos que elaborarse un vocabulario propio, individual. Fácil es de entender su excitación al momento de comprobar que existe un sonido para llamar a los perros, un sonido para llamar a los pájaros, otro aún para convocar a los peces, y ninguno para sus progenitores, a quienes ha de solicitar con una mirada o con un golpecito en el muslo. Con sorpresa todavía mayor, Iván llega a comprender que él mismo posee muchos nombres: uno para los perros, otro para los peces, otro distinto para los pájaros —chiuchui, quizás— y una caricia o un coscorrón para sus padres, de acuerdo a las circunstancias.

Niño abierto a un mundo prolífico, Iván conoce que cada cosa es muchas cosas, que hay peces y pescados y, además, pejano (cuando el alimento se halla fuera del alcance de la línea que lanza el padre), y penado (al picar el anzuelo), y pelado (después de quitársele las escamas), etcétera. Por último, luego de haber ingerido el pezampado, ¿no es acaso el propio Iván distinto al niño que había sido unos momentos antes? De aquí, entonces, que Iván es a veces Evans, y otras Lorenzo, y también Pepe y Francisco y Hansel.

Familia de modestos recursos económicos la de Javier, habita en una pequeña casol (en las mañanas despejadas) que se hace casombra al atardecer y más tarde canoche. A los nueve años Ladislao posee un universo de nombres, sonidos y palabras poco habitual para niños de esta edad. Sus juegos, necesariamente juegos de palabras, le hacen entrever nuevos horizontes. Si el brazo es brazo cuando cuelga flojo, y abrazo cuando ciñe el cuello de la madre, el pequeño Franz imagina la posibilidad de responder al nombre de Mallarmé. Entre los diez y doce años el precoz adolescente intenta diferentes posturas: caminar por la costa dándole las espaldas al mar, saltar en un pie bajo la luna, revolcarse entre las rocas muerto de risa. Pero ninguna de estas circunstancias lo hacen Mallarmé. Una noche, distraído en la contemplación de unos minúsculos dientes de bacalao, los arroja como dados sobre la arena y amanece en París.

Cuenta con cuarenta años, varios discípulos y se lo conoce bajo el apelativo de Gurdjieff. Los periódicos literarios de la época se irritan con su poesía que, en palabras de Les Temps Modernes, «no consigue más que conjugar vocablos pequeñoburgueses». Antonin opta en consecuencia por abandonar el mundillo de Saint Germain para ir a establecerse a Montevideo. Allí se le conoce una residencia en el Hotel Pirámide, junto a la Iglesia Matriz, donde habría dado comienzo a su Enciclopedia de todas las cosas en todas las situaciones para todos los sexos y edades. Al parecer, esta magna obra, que compila más de dos mil billones de sonidos y palabras, fue concluida en el Hospital Vilardebó. Es en el hospicio donde, antes de trascender al público, la obra es destruida por el autor. El motivo de esta última acción debemos buscarlo en la repentina iluminación que sacude a Felisberto. El genio habría descubierto por entonces que toda su vida había venido siguiendo un camino errado. A la edad de cincuenta y dos años Sade es sorprendido por la única y prístina verdad: en el mundo no hay más que un sonido, una sola palabra, que nombra para siempre a todas las cosas. Este sonido único y total estalla en su cuerpo. El sabio frunce labios, expande a pleno sus pulmones, alinea las cuerdas vocales: es cuando la sordomudez hereditaria se apodera definitivamente de él, y Federico muere años después en el mayor de los silencios.



2. El nuevo modelo del universo de Jacinto Bertrand



Villa García viene siendo, desde tiempos inmemoriales, hogar y cenáculo de los

más insignes astrónomos. En el transcurso de los siglos, las blancas azoteas villagarcianas hospedaron la curiosidad de Tales de Mileto, Copérnico, Kepler, Galileo, Newton, etcétera, etcétera, hasta culminar con quien es el motivo de nuestra presente atención: Jacinto Bertrand.

Esta feliz coincidencia de talentos no debe sorprender al lego. Las tranquilas nochecitas de la región saben despertar en los hombres una encendida vocación por la ciencia de los astros, y esta virtud tiene fácil explicación si recordamos el inigualado punto geográfico que ocupa la Villa, desde donde se descubre el panorama completo de todas las constelaciones, tanto australes como boreales. Hijo de un humilde embalsamador, el joven Jacinto conoció las ventajas de una austera sumisión al estudio. A temprana edad fue nombrado catedrático de Psicología Aplicada en la Pontificia Universidad Villana, cargo que supo conservar durante más de tres décadas merced a una sostenida y eficaz mediocridad.

Alentado por el tedio y la abulia característicos del medio universitario, templado por las insípidas bromas y rencillas a las que son tan afectos estudiantes y profesores, Jacinto Bertrand se dio a deambular por las azoteas, presa de profundas y trascendentales preocupaciones. Tales paseos terminaron por revelarle una nueva y revolucionaria cosmovisión y dieron motivo a las autoridades para expulsarlo de la alta casa de estudios.

Como suele suceder con los hombres dotados de verdadero genio, la aparente caída en desgracia no hizo más que brindarle la libertad y el tiempo necesarios para formalizar lo que, hasta ese momento, no había sido más que una difusa intuición.

El testimonio de este pensamiento singular quedó expresado en el breve trabajo monográfico ¡Ex-oh!, una obra que, repitiendo las palabras prológales del autor, debe ser tomada como «única y provisoria».

Jacinto Bertrand inaugura su discurso con una pregunta: «¿Por qué querer enmendar a Tales de Mileto cuando afirma que la Tierra es un disco chato flotando en el agua?»

En ¡Ex-oh! no hallará el lector cálculos engorrosos ni intrincadas formulaciones matemáticas; el profesor Bertrand encara la defensa de Tales de Mileto con un lenguaje simple y contundente: «Mal podemos nosotros cuestionar las observaciones de Tales de Mileto careciendo del genio de aquel hombre y, lo que es más importante, viviendo en época tan distante a la que conoció el astrónomo griego.

»Es probable —prosigue Bertrand— que muerto Tales de Mileto la Tierra comenzara a hincharse hasta parecerse a una pelota, pero eso ya es otra historia; o sea, otra Tierra y otro Universo.»

Esto explica, sostiene Bertrand, que Ptolomeo viera una Tierra esférica. «Ninguna teoría se acerca más a la verdad que una teoría anterior: es el mundo el que va cambiando con el tiempo, acercándose quién sabe a dónde.»

El segundo capítulo de ¡Ex-oh! se inaugura con otra pregunta: «¿Por qué suponer la estupidez de los predecesores de Newton? Sería un pecado de orgullo. Más acertado es pensar que hasta Newton las manzanas no caían.»

El ex-catedrático refiere luego uno de los métodos confiables que él utiliza para llegar a la verdad.

«Cada mañana, al despertar, sostengo una manzana sobre la cabeza para quitarle luego el apoyo y aguardar la reacción de la fruta. Si algún día aconteciera que, en vez de golpearme, la manzana remontara vuelo, no diré que Newton se equivocaba sino que fue el mundo el que cambió.»

Es este rigor metodológico el que va minando lenta e inexorablemente la salud de Bertrand. A edad ya avanzada y soportando las pullas y burlas de sus engreídos colegas, Jacinto Bertrand pone fin al segundo y último capítulo del libro, dando una nueva muestra de coherencia y honestidad científica.

«Las ideas que expuse aquí tienen una validez transitoria. Antes de que yo las enunciara el mundo era tal que las manzanas venían cayendo desde siempre; en el decurso de mi vida el mundo sufrió una transformación que provocó la detención de la caída de las manzanas antes de Newton. Después de mi muerte, que ya adivino, es posible que las manzanas vuelvan a no haber dejado jamás de caer. El futuro dirá lo que habrá de ocurrir en el pasado.» 


Jaime Poniachik