Holly
DERIVA GÉNICA - Jorge De Abreu
“Hay algo aquí abajo…”
Holly
Holly
Grog volvió a golpear el rostro tumefacto. Era metódico y sus
nudillos velludos habían recorrido cada centímetro cuadrado de aquel
humano. Al fondo de la habitación el doctor Vezius tenía cinco minutos
aguardando con paciencia y no había dicho una palabra. Grog volvió a
golpear y le pareció escuchar, en el momento en que su puño aplastaba
una mejilla agrietada, un leve carraspeo a sus espaldas. Entorno los
ojos y se dio la vuelta.
–¿Alguna respuesta? –preguntó Vezius.
Grog miró unos instantes el cuerpo semiinconsciente del hombre atado a la silla y sonrió.
–No, pero ya lo he ablandado bastante. Creo que solo falta macerarlo.
–Para eso estoy aquí. El problema con sus protocolos es que se
complican con eventos cerebro-vasculares que no facilitan las
respuestas.
Grog emitió un gruñido sordo y se apartó a un lado.
–Como quiera, doctor. Ya usted sabe, la carne es débil… y la del humano es extremadamente débil.
–En mi experiencia, señor Grog, toda carne es débil.
El doctor Vezius le hizo una seña al guardia que estaba al lado de la puerta.
–¿Me acerca la mesilla?
El guardia lo miró con indiferencia hasta que Grog le hizo una seña
en silencio, luego Grog se hizo a un lado conservando la sonrisa torcida
que se había petrificado en su cara. El guardia tomó la mesilla y la
arrastró hasta donde le indicaba Vezius, al lado del prisionero.
–Gracias. Es un placer observar cómo nuestras castas colaboran con
tanto entusiasmo. ¿No lo cree así, señor Grog? –preguntó Vezius con
cierta ironía.
–Así es. Lo que siempre le digo a mis simios: confíen en su fuerza,
pero no olviden el respaldo del intelecto de nuestros científicos. Uno
no sabe con qué nueva ocurrencia van a venir para resolver nuestras
batallas. ¿No lo cree así, doctor Vezius?
Vezius no dijo nada. Personalmente la actitud de los militares lo
cansaba pronto, eso sin contar que este trabajo le era menos
reconfortante que el del laboratorio. En realidad lo que quería era
comenzar antes de que una jaqueca le arruinara el día o el prisionero
comenzara a mostrar signos de lesión cerebral, lo que también le
arruinaría el día.
Colocó su maletín sobre la mesilla, lo abrió y comenzó a sacar sus
instrumentos y fármacos. Tomó la hipodérmica y con la aguja perforó el
septo de goma de uno de los viales. Lentamente llenó la inyectadora con
la solución amarillenta, golpeó las paredes de cristal para retirar las
burbujas y empujó el émbolo hasta que saltó un fino chorro de líquido.
–Me hará el favor de sostenerle el brazo. Esto terminará pronto.
***
El sudor resbalaba, helado, por mi espalda. Tuve que detenerme tras
un muro mientras me pasaba el brazo por la frente para enjugarme el
exceso de humedad pegajosa que me cubría la cara. Era la endemoniada
combinación de actividad física y estrés, que es todo lo que necesita un
buen soldado para vivir, o mejor aún, para no morir en el cumplimiento
del deber.
Estos pasillos se retorcían en las entrañas del antiguo edificio,
recuerdo de la época en que la guerra era joven y la humanidad aún tenía
esperanzas. Mi enclenque patrulla había tenido suerte, las alucinadas
instrucciones de nuestro ratón de biblioteca aparentemente eran
acertadas. Habíamos dado con las escaleras y bajamos unos cinco niveles
hasta encontrarnos con este laberinto subterráneo. Lamentablemente, las
instrucciones solo cubrían hasta las escaleras, a partir de allí había
sido territorio desconocido. Manoteos imprecisos buscado la diana por
pura casualidad. Únicamente oscuridad y silencio, desde hacía un tiempo
que se me antojaba extremadamente largo. Solo el torpe ruido de nuestros
pasos y la soledad de la noche del subsuelo.
Una luz débil me encandiló momentáneamente, era Luigi que se acurrucó
a mi lado. No me miró, asomó la cabeza hacia el pasillo e iluminó el
corto trecho del mismo que se extendía adelante y que era vuelto a
engullir en un nuevo cruce a la izquierda. Se levantó y se lanzó el par
de metros adelante hacia la otra pared. Escuché el chirriar de sus
zapatos contra las piedras sueltas que cubrían el suelo. Se recostó
contra la pared. Me preparé para seguirlo.
Algo me detuvo:
“Espera, Martín, hay algo que no está funcionando”.
Esas son las cosas que más me gustan de ti, entrañable compañero. Tu
claridad, tu concisión. ¡Cómo coño quieres que te entienda si eres tan
ambiguo! ¿Qué quieres decirme con que esto no está funcionando, perdón,
con que algo de esto no está funcionado? ¿Claro que te hago caso, no me
grites, ¡me detuve!, ¡me detuve! Estoy quieto y esperando. ¿No lo ves?
Si no te tomara en cuenta hace tiempo te hubiera mandado a la mierda.
Alcé el brazo para ordenar a la patrulla que se detuviera y
mantuviera sus posiciones, pero no tuve tiempo para más nada. Algo
veloz, una silueta simiesca, semidesnuda, surgió de la oscuridad e
incrustó un garrote en el muro donde estaba Luigi. Fue un movimiento
rápido, silencioso, casi quirúrgico, sino fuera por la violencia
implícita en la acción y el hecho de que entre el mazo y el muro se
encontraba la cabeza de Luigi.
Aquello fue el principio del fin de nuestra cordura. Mientras abría
fuego, aquel horror no paraba de golpear lo que quedaba de Luigi.
Gustav, nuestro técnico de reparaciones, comenzó a lanzar alaridos
histéricos. Disparé cinco veces sobre aquella cosa, creo haber acertado
tres tiros. Aún así el ser no cayó y huyó hacia las tinieblas de los
túneles que se extendían adelante. Los gritos de Gustav se cortaron
bruscamente cuando Arturo se abalanzó sobre él y le cubrió la boca con
ambas manos. Me aproximé al cuerpo de Luigi. Era pulpa de carne, sangre y
astillas de huesos. Me volteé hacia la oscuridad: no había rastro del
ser que le había dado muerte, ni un solo sonido.
A veces los consejos son bendiciones, sabias indicaciones que aclaran
el panorama y orientan en la toma de decisiones correctas; otras son
errores irreparables. Eso decía mi abuelo, aunque nadie nunca le hizo
caso. Lo que sucedió entonces se repite una y otra vez en mi cabeza y no
lo he podido resolver todavía, ni explicar por qué lo hice. Mi mente se
quedó atascada como una película en una escena, sin posibilidades de
alteración, inevitable destino.
“¡Persíguelo!”.
¿Qué? ¿Que lo persiga? ¿Y la misión? Sí ya sé, venganza, Compañero,
también me revienta la muerte de Luigi, pero tenemos una misión. No, ni
lo pienses. No estoy rehuyendo mi deber, al contrario. ¿Cómo dices? ¿No
puedo creerlo, eso piensas? ¡Tanto tiempo juntos, Compañero, y me sales
con esto! No puedo creer que me lo hayas dicho. Mira, estamos aquí con
otro objetivo. La muerte de Luigi es de las cosas que pasan en este
oficio. No estamos para venganzas. Así es, Compañero, no sé qué era esa
criatura. Puede que tengas razón y eso sea una amenaza para nuestro
equipo. Sí, es verdad, yo no lo escuché venir y nos sorprendió. Sí, tú
me lo advertiste, fuiste el único que se dio cuenta. Podría
sorprendernos de nuevo y las consecuencias serían lamentables. ¡Claro
que confío en ti! Es posible que si no cazamos a ese ser estemos
vulnerables a otro de sus ataques. Cuento contigo para localizar y
acabar con ese monstruo, por el bien de la patrulla. ¡Por el bien de la
patrulla! No te quito la razón, Compañero. Vamos a hacer esto, ¿estás
conforme? ¿Bien…? ¡Bien!
Apenas le dediqué unos segundos de estudio a los restos de Luigi, ya
había tomado una decisión. Me di la vuelta y le di una orden a Arturo:
–Reagrúpense y continúen. Nos encontraremos más adelante. Yo me
encargo de este bicho y luego los busco a ustedes. –No esperé por una
respuesta y me lancé por la boca negra que estaba a mi izquierda.
***
No sé cuánto tiempo ha pasado. La batería de mi linterna tiene tiempo
que se agotó. Me arrastro, ciego, por estos túneles sin forma. A veces
me detengo y espero que mi respiración se sosiegue, con la vana
esperanza de lograr oír algo o quizás conseguir que mi visión se aclare y
logre penetrar en esta oscuridad perenne. En esos momentos he creído
escuchar ruidos apagados, susurros de piel rozando arena. Murmullos de
labios resecos musitando cánticos obscenos. En una ocasión escuché
disparos, como truenos lejanos, distantes, de otra vida. Al final he
caído agotado, me he acurrucado, con el deseo de desaparecer, de hacerme
una piedra y ser indiferente a los horrores de la noche. Presiento a
los seres que deambulan en silencio, que buscan el calor de los cuerpos
de sus presas. Dejo de respirar un instante cuando me parece sentir el
ramalazo de calor de algo pasando a mi lado.
Mis dedos hurgan en el suelo, entre las piedras sueltas y la arena
perenne, arañando el suelo de concreto o de roca. Buscando una pista que
guíe mi camino. De vez en cuando escucho el eco de unos pasos rápidos
que se detienen en algún lugar de este laberinto para proseguir de
nuevo, sin descanso. Ignoro si esa humedad que se desliza por mi nuca es
el sudor pegajoso de mi cuerpo o la baba de una de esas criaturas
hambrientas.
Un ulular de pronto irrumpe a toda velocidad por el pasillo como un
viento desatado. Me aplasto contra la pared y ruego por ser invisible.
Aprieto mi arma y hago un nuevo repaso de mis municiones, las que tengo
en el cargador y las que llevo en mi canana. Presiento que el arma tal
vez sea inútil en esta negrura, que mejor servicio me brindaría el
cuchillo. No lo pienso dos veces y dejo colgado del hombro mi fusil y
empuño el cuchillo. Me levanto con dificultad y trato de ser silencioso,
pero la cascada de piedras que se precipitan bajo mis zapatos me
revelan que fallo miserablemente.
En ese momento escucho un rápido sonido de pasos y un cuerpo nervudo
me arroja contra el suelo. Siento la pestilencia de un aliento que se
aferra con violencia a mi antebrazo, mi cuchillo queda atrapado e inútil
en medio del lancinante forcejeo. Lanzo un alarido y giro mi cuerpo
hacia el muro del túnel, aplastando al ser con mi peso. Empujo mi brazo
contra su boca abierta que en silencio solo muerde. Lo único que escucho
es el jadeo de mi respiración y el sordo retumbar de mis tímpanos.
Gruño y muerdo, pero sobre todo presiono a aquella criatura con mi
cuerpo y aferro su delgado cuello con mi mano libre. Aprieto sin
descanso y siento un regusto salobre en mi boca que también aprieta sin
descanso. Estoy ungido de barbarie.
***
El doctor Vezius le echa una mirada a su reloj de pulsera y musita algo en voz baja.
–¿Disculpe? –pregunta Grog en tono brusco.
–¿Oh? Nada, que pronto hará efecto. Es solo cuestión de observar sus
reacciones y hacer las preguntas correctas… sin tantos pescozones.
–Vezius sonríe.
Grog se limita a gruñir mostrando sus enormes caninos.
De pronto, el humano abre desmesuradamente los ojos y se agita en la silla. Sus músculos se tensan bajo los amarres:
–¡Maldito! Te dije que no era una buena idea, Compañero. Son cientos,
son miles. Huelen a estiércol y sangre. Ahora soy parte de ellos, he
probado su carne. Mi patrulla también está presente en esta cueva, su
sangre, sus huesos, su sabor… ¡Maldito seas, Compañero!
Grog abre la boca para decir algo, pero calla.
Vezius mira el rostro amoratado del humano que se agita en la silla.
Una imperceptible mueca de comprensión deforma su boca y musita en voz
baja:
–Ya sabemos dónde estuvo y le aseguro que no nos interesa volver allá.
El guardia en la puerta entona una antigua letanía simia, exorcizando fantasmas:
–Hermanos simios que estáis en las cuevas…
Fuente:Crónica de la forja
Etiquetas:
Ciencia Ficcion,
Cuentos cortos,
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