NEXO JOE - Elena Pujol
I
Soy
un nexo. El último creo; algo así como el último samurai pero sin
espada o lo que sea que utilicen los samuráis. No sé demasiado
sobre eso. Ni siquiera hay metal en mi cuerpo. No llevo armas. Yo soy
un arma. O lo era en un principio, esa era mi función. Pero mi
nombre no es nexo. Es Joe. Lo de nexo lo copiaron de algún libro
antiguo, hasta película hicieron, de aquellas que ya tenían color
pero que se veían desde fuera de la pantalla. Sin que nadie se
implicara, físicamente quiero decir. Bueno, eso era cuando había
películas, ahora ya no queda nada de todo aquello. Ahora ya no queda
nada de nada más que yo, Joe, el ¿último? nexo. Y si eso cuenta
también queda lo que busco. Personas. He visto algunos mamíferos,
¿no iban a sobrevivir sólo las cucarachas?, pero no me sirven. Hay
plantas, ratones, elefantes, peces, pero ni un maldito ser humano. Y
tengo hambre. Aunque todavía no hay porqué desesperarse, puedo
resistir bastante, unos meses, y bien pensado ¿si encuentro un ser
humano de que me serviría? Sobreviviría un par de meses quizás ¿y
luego? Tendría que buscar otro. Buscar y buscar, eso sería mi
vida. Me convertiría en uno de ellos, buscando para nada, queriendo
más y más para luego quedarme otra vez insatisfecho. Mi paz
interior desaparecería.
Yo no soy como ellos.
Ellos eran así desde el principio, buscando comida, buscando dioses,
buscando explicaciones, buscando respuestas, buscando atención,
fama, dinero, productos, artefactos, religiones..., es paradójico
que fuesen ellos mismos los que me creasen a mí sin esas
necesidades. Un planeta provisto de alimento, o por lo menos lo
estaba cuando nací yo. Sentía, claro. Siento. El sol, la luz, el
lento crecer de las plantas, si disminuyo mi ritmo hasta puedo sentir
el movimiento de la tierra. Podría decir que escucho las piedras,
que lo oigo todo y lo veo todo, en fin, tengo la capacidad de ponerme
al ritmo de las cosas. Claro, eso fue un error. Algún líquido que
se les cayó cuando experimentaban con el primero. Ese no soy yo. Yo
soy el último, creo. Así que la cuestión del alimento no
representaba ningún problema, al contrario, la población crecía y
yo pasaba los días observando a los exquisitos manjares que
caminaban ante mí. ¿Y, el resto?, dioses, ideologías, creencias,
ansiedades, ideales, sueños..., la verdad me importan un pimiento. Y
no es porque sea un nexo, como los primitivos, de aquellos que eran
incapaces de sentir cualquier cosa. No. Simplemente mi vida es el
sueño. No tengo sueños a futuro, quiero decir, los vivo
constantemente. No entiendo cómo podían soportarlo los seres
humanos. Lo de los sueños a largo plazo, quizás fuese su forma de
mantenerse ilusionados. Yo tengo lo que tengo y me basto. Mi cuerpo
contiene todos los elementos necesarios para sentirse en paz. O los
tenía. Ahora tengo hambre.
He recorrido casi la
ciudad entera. La ex ciudad. He caminado durante días entre estos
montones de escombros. ¡¿Y el instinto de supervivencia?!, ¿no
estaban en la cúspide?! Pero puedo tomarlo con calma. Tengo tiempo.
Y si nada aparece puedo desacelerarme un poco, pasar miles y miles de
años inmóvil viviendo al ritmo de las rocas. Pero, no, no puedo
vivir para siempre en ese letargo, en algún momento tendría que
comer, surgiría la necesidad de moverme, de cambiar de ritmo, de
correr, de escuchar el lento crecer de las plantas,
de moverme con el agua, de convertirme en agua... quizás he de
reconocer que sí tengo algunas necesidades, no podría pasarme la
eternidad totalmente quieto. Pero supongo que es normal, soy un nexo,
no un Buda. Aunque parece que Buda tampoco soportó la quietud en
exceso.
II
Desde
aquí, desde esta ciudad perdida se ve el desierto ahora que los
edificios están en el suelo. En cierta forma es una ventaja, para mí
claro, ellos ya no pueden disfrutar de esta panorámica ahora que se
han asesinado. ¿No tenían varias religiones que prohibían matar al
hermano y todo eso?, aunque a pesar de la genética nunca parecieron
asimilar que todos provenían del mismo lugar. Es increíble pensar
que una especie tan salvaje me haya creado a mí. Bueno, en algo
tenían que lucirse. Ahora por fin puedo estirar la vista y eso
compensa un poco el hambre. Mirar hacia delante y ver el espacio
libre, podría decir que veo el infinito, cosa bastante asombrosa
cuando uno está acostumbrado a mirar al frente y encontrarse con un
número indefinido de carteles repletos de letras, colores,
fotografías. Es bonito el infinito. Un día conocí a un ser humano
que quiso enseñármelo. A ése no podía zampármelo porque tenía
neutralizador, pero no, a él no me lo hubiera comido aunque lo
hubiese desconectado. Comía otro tipo de seres. Carroña, como los
buitres. Soy un nexo buitre. A él, al del infinito y a los pocos, o
quizás no tan pocos, pero a aquellos anónimos que no se notaban
porque vivían en paz, confundidos entre las masas, no me los hubiera
comido. Me gustaba esa pequeña parte de la especie. Siento lástima
por ellos, lástima porque sus hermanos importantes los hayan matado
en nombre de cuestiones que a todos aquellos desapercibidos les
importaban un pepino. Pero sobre todo siento lástima de que no esté
aquí él especialmente. Hubiera disfrutado esta vista.
Aquel día yo me sentía
un poco triste. Supongo porque anticipaba, sin querer, lo que iba a
suceder. El ambiente era tenso en toda partes, en todos los países,
y él se acercó y me dijo “Joe, lo he encontrado, he visto el
infinito. Ven, vamos.” Y nos subimos a un tren que nos llevó a las
afueras de la ciudad y de ahí caminamos por un muelle y todo había
quedado atrás. La ciudad, la gente, los ruidos, el humo, y delante
nuestro sólo había mar y no veíamos siquiera la roca donde
estábamos sentados. Sólo espacio inmenso hacía adelante. Pero su
mirada se puso turbia y dijo “vaya, hoy no se ve. Está nublado”.
“Pero sí”. Le dije. “Yo lo veo”. “¿Ah sí?”, preguntó
sonriendo. Y ya no hablamos más. Unas horas le duró el
descubrimiento, luego todo desapareció. No. No todo. Todos ellos. Y
todas sus cosas han quedado por aquí esparcidas. Por lo menos ya no
tapan desde aquí desde el suelo.
III
He
de buscar otra ciudad. Una grande, de aquellas donde tenían
laboratorios y refugios subterráneos para los importantes de la
especie. Quizás ahí encuentre comida. Alrededor de esta ciudad no
hay nada. Sólo desierto por un lado y mar por el otro. Tengo que
atravesarlo entero, el desierto, eso me distraerá y me permitirá no
pensar en mi amigo, en todo lo que puede verse ahora y que él no
verá, él, que era uno de los pocos a los que la vista no se le
había puesto enferma. Y el silencio. Si pudiera escuchar esto. Se
puede oír. Sin interrupciones de motocicletas, bocinas, silbatos,
motores, aviones, promociones. Se oye el viento y la arena, y
poniendo mucha atención pueden oírse los cortos pasos de los
pequeños insectos y el deslizarse de las serpientes.
Si acelero el ritmo de
todo mi cuerpo puedo correr sin sentir una gota de cansancio durante
horas, simplemente hago que todo mi cuerpo vaya a un mismo compás,
el corazón, las piernas, la sangre recorriendo las venas, el aire de
mis pulmones... existieron seres humanos que
podían hacer eso, podían acompasarse y curarse las enfermedades y
caminar sobre el fuego y provocarse un ataque al corazón y
sobrevivirlo y paralizar totalmente su cuerpo y acelerarlo después,
pero eran pocos. Seres un poco más evolucionados que los importantes
que ponían las reglas, seres que vivían generalmente aislados,
lejos del bullicio y de la rapidez desacompasada del resto. Yo tuve
la suerte de conocer a aquel que podía ver el infinito. Yo puedo
hacer todas esas cosas, claro. En el fondo a veces, pienso que a
pesar de haberme llamado nexo no soy más que un ser humano del
futuro. Lo que hubieran podido ser algunos dentro de unos cuantos
años, si los importantes no se hubieran sentido tan aburridos.
El sol casi se está
poniendo. Si empiezo a correr ahora, en unas horas quizás consiga
llegar atrás de aquellas dunas, las más lejanas, y quizás aún sea
de noche y pueda pasar unas horas allí, en medio de la nada, antes
de que vuelva a amanecer, y olvidar que han existido estos escombros
y que en medio de ellos está mi amigo. Quizás entre la arena y el
cielo y la noche fría pueda experimentar otra vez esa sensación,
esa que experimenté cuando miraba el infinito desde el muelle, de
estar en casa.
He
visto, mientras corría, a las estrellas moverse sobre mi cabeza y a
la arena deslizarse suavemente bajo mis pisadas. He oído como
pasaban a mi lado los fuertes vientos helados del desierto y he
sentido el temor de algunos animales apartándose del camino y sus
miradas asombradas posándose en mi cuerpo. He aspirado el frío de
la noche y he bebido el agua dulce de los silenciosos cactus. He
escuchado el concierto que el desierto da cada noche y en algún
momento, un silencio corto. Me he tumbado, por fin, en medio de la
noche, que no es tan oscura y he visto entonces las estrellas, ahora
quietas, inmóviles y brillantes, y la luz blanca que cae desde el
cielo y se refleja en la arena. Y he sumergido mi cuerpo en esa arena
fría y he dormido en la tierra y podría decir, que esta ha sido la
primera noche en que, de verdad, he dormido. Ahora ha amanecido otra
vez y la luz natural se ha mezclado quizás con los reflejos de las partículas asesinas
que han quedado en el aire, formando colores nunca antes vistos que
cambiaban a cada momento de un azul violento a un rosa o violeta o
naranja, no podría decirlo, a rojos demasiado brillantes, casi
insoportables, verdes de cientos de tonalidades diferentes, hasta que
poco a poco, el sol se ha levantado y ha impuesto su luz amarilla y
blanca, y el desfile de colores ha terminado. Empiezo mi
peregrinación a la ciudad.
IV
Me
ha parecido verla otra vez, pero no puedo asegurarlo. Con esta, ya
sería la quinta. A pesar de que mi vista es mucho mejor que la de
cualquier ser humano no puede escapar a las jugarretas del desierto.
Se divierte conmigo. Sin mala fe, sólo juega, por eso esta vez no
voy a acelerar como las anteriores, no voy a correr emocionado
pensando que ahí está, la gran ciudad, el centro de los
importantes, que deben estar ahí, escondidos en alguna parte, en
algún refugio; voy a seguir caminando despacio, a este nuevo ritmo
que he aprendido, que aprendí el otro día observando a una especie
de lagartija, a pasos cortos, deteniéndome a contemplar, a mirar a
mi alrededor, a no perderme ni una gota de paisaje; ni un solo grano
de arena escapará a mi mirada que no ha dejado de deleitarse desde
que salí de los escombros, y ningún otro espejismo me hará
acelerar y perder este nuevo ritmo que apenas estoy empezando a
entender. Caminaré poco a poco y seguiré hacia el frente hasta que
lo que mis ojos creen que están viendo se conviertan en otros
escombros o desaparezca otra vez para dejar en su lugar a más
desierto. Aunque, esta vez, he caminado más que las anteriores, y
los escombros, lo que parecen escombros allí, muy adelante, no
desaparecen. Casi podría decir que van tomando, a medida que me
acerco, formas concretas. Formas que no tienen el aspecto devastado
de la ciudad de dónde vengo. Como si algunos edificios aún se
mantuviesen en pie. Si mis ojos no me están engañando otra vez, lo
que divisan son los restos de una de las grandes. Los escombros
y algunas sombras altas ocupan toda la línea del horizonte. Tapan el
infinito.
Parece que esta vez he
llegado, aunque aún estoy lejos, aún podría ser otro espejismo.
Hay un animal que me sigue. No sé qué es, una especie de lagarto
extraño, ¿desde cuándo los lagartos son amigos de los nexos? Será
porque el otro día le preparé la cena. Un roedor. El lagarto estaba
quieto haciendo cosas raras con sus patas, husmeando entre unas
rocas, y yo me acerqué y él se apartó un poco; metí el brazo
entre las rocas y saqué al roedor y cuando lo iba a soltar el
lagarto se abalanzó sobre él y se lo zampó. No me gusta ver esas
cosas, soy sensible y no he vuelto a ayudar al lagarto en sus cenas,
pero ahí está el tonto pensando quién sabe qué, debo haberme
convertido en un amuleto. Me fastidia ser el amuleto de un lagarto y
para compensar lo he observado y he aprendido sus ritmos. A ratos me
lo pongo en el hombro y mientras camino me siento como una especie de
“Mad Max”, rudo y solo, caminado en el árido desierto con un
lagarto al hombro. Y me hace compañía. Hablo con él. A los nexos
también nos hace falta comunicarnos a veces.
Sigo caminando y lo que
esta vez me había parecido un espejismo va adquiriendo cada vez
formas más claras. “¿Qué te parece lagarto?, estamos llegando”.
Realmente es una de las grandes, nunca había visto una así, fui de
los últimos, así que nunca salí de mi zona. Ya no nos usaban,
estábamos ahí solamente. Habíamos sido superados por una especie
de máquinas guerreras a las que acabaron extrayéndoles aquel
líquido que pareció ser el causante de nuestra extrema
sensibilidad. Y la extrema sensibilidad no les servía para nada.
Sólo les creó problemas, al final, cuando nos manifestamos
defendiendo ciertos principios.
La veo. Enorme,
gigantesca, la sede del mundo, o al menos eso me parece a mí que
nunca había salido siquiera al desierto, más que aquella vez cuando
fui al mar con mi amigo y me enseñó el infinito. Empiezo a salivar.
Cada vez tengo más hambre. Aún podría aguantar mucho. Mucho más,
pero no es lo mismo con esta sensación. Tampoco es
muy bueno para el estómago de un nexo pasar tanto tiempo sin comer y
luego comer de golpe.
V
Hemos
llegado. Esta vez era verdad. El lagarto parece confundido, igual que
yo parece que nunca había salido de su hábitat. Husmea por todas
partes, quizás encuentre a las personas antes que yo. He de
localizar los grandes. Los edificios de los importantes, son fáciles
de distinguir, ocupan mucho espacio y están, estaban construidos con
otro tipo de materiales. He recordado al ver todo esto los escombros
de mi ciudad y el mar que me enseñó mi amigo y me ha fastidiado no
poderle mostrar lo que he visto en el desierto. A él que hubiera
mirado. Al entrar aquí, al estar otra vez rodeado de escombros se me
ha escapado un poco la paz.
Al fin lo vi. Ahí
estaba ante nosotros el edificio, aún se mantenía en pie, tenía
que ser, así que entramos y buscamos hasta que encontramos el túnel.
Me lo había imaginado de otra manera, gris, de metal, como todas sus
construcciones modernas, pero no, era un túnel de tierra y piedra,
húmedo y oscuro, parecía una cueva natural subterránea y, por unos
momentos, pensé que quizás no los encontraríamos allí, que
aquello no sería más que una extensión del alcantarillado, pero el
lagarto avanzó y yo tras él y al cabo de un tiempo la encontramos.
Una cámara gigantesca vacía y otro pasillo y otra cámara y más
pasillos. Dimos vueltas durante horas hasta que encontramos la
grieta. El lagarto la encontró, una grieta pequeña en la pared. Se
deslizó y yo metí la mano para detenerlo y al apoyarme encontré un
pequeño aparejo con un botón. ¿Y si era una especie de bomba de
última hora? Lo apreté de todas formas. Esperé. La pared empezó a
moverse un poco y se abrió de pronto, lentamente, como la montaña
de Alí Babá, dejando al descubierto, ante mis ojos ansiosos, todas
las riquezas que escondía tras ella. Allí estaban, tumbados en sus
cajas de hielo, dormidosplácidamente. Los
importantes. Con fechas a un lado, las fechas del nuevo despertar,
supongo, en un mundo que creían que iba a ser para ellos. ¡Ja!
Había de todo allí.
Una cantidad de equipo alucinante. Soy un nexo. Puedo usar cualquier
computadora, entrar a cualquier sistema, descifrar cualquier código.
Me lleva un tiempo, pero justo eso me sobraba. Así que aprendí como
se abrían las cajas y las abrí, un par, y comí por fin, y luego
desconecté las otras. Menos una. Una siguió funcionando. Había
tenido una idea, ya no necesitaba reservas. Llevarla a cabo me
tomaría un poco más de tiempo, quizás mucho más pero ya no tenía
hambre, me sentía bien. Busqué, buscamos el lagarto y yo por la
ciudad, por los zoológicos. Muchos animales permanecían encerrados
en las jaulas que quedaban en pie. Necesitaba un simio. Lo encontré
al final, cuando ya empezaba a pensar que mi idea, al fin y al cabo,
no había sido tan buena y que quizás aquella especie, tan parecida
al humano habría desaparecido también del planeta. Pero ahí
estaba, un pequeño simio, vivo y confundido, famélico en su jaula,
y a su lado, algunos restos, quizás sus hermanos de especie,
devorados. Abrir la jaula no fue fácil pero soy un nexo. La abrí y
llevé al simio conmigo al laboratorio. Ahí estaba, intacto ¿el
último? ser humano. Tuve que aprender más cosas, todos los
programas, biología, genética y al fin la operación. Le inyecté
al simio lo que le faltaba. Ese soplo. Aquello que requería un
cerebro para evolucionar. Ahora el simio lo tiene y yo sólo tengo
que esperar unos cuantos millones de años. He soltado al simio y he
tomado el riesgo. Ahora sólo queda esperar. Permaneceré así, en
este ritmo, el de las rocas, durante millones de años. A este ritmo
no consumo energía, el sol me basta. Me aburro a veces, pero tengo
fe en el simio. Si resulta, si sobrevive y se procrea y su estirpe
continua, los humanos volverán a poblar el planeta y yo tendré
comida. Y podré moverme libremente y vivir sin ansia y..., echo de
menos al lagarto ahora que estoy aquí quieto, esperando. Durante un
tiempo se quedó inmóvil a mi lado, pero un día desapareció. Un
día. Quién sabe, ya no tengo noción del tiempo, todo se mueve muy
rápido. Quizás todo esto haya sido una tremenda tontería.
VI
He
visto la tierra mutar y he percibido el constante movimiento de sus
placas tectónicas. He sentido las olas del mar deslizarse por mi
piel y el frío de la roca instalarse en mi cuerpo. He oído las
tormentas y he percibido los temblores provocados por meteoros caídos
del cielo. He aspirado el aroma de la tierra húmeda y he visto como
la hierba crecía a velocidades vertiginosas. He sentido fríos
extremos y calores nunca antes experimentados. He visto romperse los
hielos y praderas extenderse y ocupar su lugar. He sentido dolor y
nostalgia, pesadez y aburrimiento. He sentido a veces el deseo de la
renuncia, de desaparecer y olvidar la espera, demasiado larga. He
olvidado casi el movimiento demis
músculos y he dejado de oír como lentamente mi sangre sigue
moviéndose imperceptiblemente por mis venas. He sentido de
nuevo esperanza al ver girar al sol rápidamente. Y he sentido
soledad y tristeza, ira y desesperación.
Y hoy por fin ha
llegado ese olor esperado y he percibido su movimiento. El aroma, aún
lejano, que traía el viento, inconfundible; ahí estaban otra vez. Y
he despertado y he aspirado fuerte y he sentido como la hierba dejaba
de crecer y el sol dejaba de moverse y se convertía en un punto fijo
ante mis ojos. Y he dejado de sentir el girar de la tierra y he
extendido mi vista al frente y los he visto pasar, a caballo, por el
valle, robustos y rosados.
Y
he sentido, otra vez, después de tanto tiempo, hambre.
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