UN REGALO DE LA TIERRA - Fredric Brown
Dhar
Ry meditaba a solas, sentado en su habitación.
Desde
el exterior le llegó una onda de pensamiento equivalente a una
llamada. Dirigió una simple mirada a la puerta y la hizo abrirse.
–Entra,
amigo mío –dijo–.
Podría
haberle hecho esta invitación por telepatía, pero, estando a solas,
las palabras resultaban mas afectuosas.
Ejon
Khee entro.
–Estas
levantado todavía y es tarde.
–Si,
Khee, dentro de una hora debe aterrizar el cohete de la Tierra y
deseo verlo. Ya sé que aterrizara a unas mil millas de distancia, si
los cálculos terrestres son correctos. Pero aún cuando fuese dos
veces más lejos, el resplandor de la explosión atómica seguirá
siendo visible. He esperado mucho este primer contacto. Aunque no
venga ningún terrícola en ese cohete, para ellos será el primer
contacto con nosotros. Es cierto que nuestros equipos de telepatía
han estado leyendo sus pensamientos durante muchos siglos, pero este
será el primer contacto físico entre Marte y la Tierra.
Khee
se acomodó en el escabel.
–En
efecto –dijo–. Ultimamente no he seguido las informaciones con
detalle. ¿Porque utilizan una cabeza atómica? Sé que suponen que
nuestro planeta esta deshabitado, pero aun así...
–Observan
el resplandor a través de sus telescopios para obtener... ¿Como lo
llaman? un análisis espectroscópico. Eso les dirá más de lo que
saben ahora (o creen saber, ya que mucho es erróneo) sobre la
atmósfera de nuestro planeta y de la composición de su superficie.
Es como una prueba de puntería, Khee. Estarán aquí en persona
dentro de unas conjunciones de nuestros planetas. Y entonces...
Marte
se mantenía a la espera de la Tierra. Es decir, lo que quedaba: Una
pequeña ciudad de unos novecientos habitantes. La civilización
marciana era mas antigua que la de la Tierra, pero había llegado a
su ocaso y esa ciudad y sus pobladores eran sus últimos vestigios.
Deseaban que la Tierra entrara en contacto con ellos por razones
interesadas y desinteresadas al mismo tiempo.
La
civilización de Marte se había desarrollado en una dirección
totalmente diferente a la terrestre. No había alcanzado ningún
conocimiento importante en ciencias físicas ni en tecnología. En
cambio, las ciencias sociales se perfeccionaron hasta tal punto que
en cincuenta mil años no se había registrado un solo crimen ni
producido más de una guerra.
Habían
también experimentado un gran desarrollo en las ciencias
parasicológicas, que la Tierra apenas empezaba a descubrir.
Marte
podía enseñar mucho a la Tierra. Para empezar, la manera de evitar
el crimen y la guerra. Después de estas cosas tan sencillas, seguían
la telepatía, la telekinesis, la empatía...
Los
marcianos confiaban que la Tierra les enseñara algo de más valor
entre ellos: restaurar y rehabilitar un planeta agonizante, de modo
que una raza a punto de desaparecer pudiera revivir y multiplicarse
de nuevo.
Los
dos planetas ganarían mucho y no perderían nada.
Y
esa noche era cuando la Tierra haría su primera diana en Marte. Su
próximo disparo, un cohete con uno o varios tripulantes, tendría
lugar en la próxima conjunción, es decir, a dos años terrestres o
cuatro marcianos. Los marcianos lo sabían, porque sus equipos
telepáticos podían captar los suficientes pensamientos de los
terrícolas como para conocer sus planes.
Desgraciadamente
a tal distancia la comunicación era unilateral. Marte no podía
pedir de la Tierra que acelerase su programa, ni informar a sus
científicos acerca de la composición de la atmósfera de Marte,
objetivo de ese primer lanzamiento.
Aquella
noche, Ry, el jefe (traducción mas cercana de la palabra marciana),
y Khee, su ayudante administrativo y amigo mas íntimo, se hallaban
sentados y meditando hasta que se acercó la hora. Brindaron entonces
por el futuro con una bebida mentolada, que producía a los marcianos
el mismo efecto que el alcohol a los terrícolas y subieron a la
terraza. Dirigieron su vista al norte, en la dirección donde debía
aterrizar el cohete. Las estrellas brillaban en la atmósfera.
En
el observatorio numero 1 de la Luna terrestre, Rog Everett, mirando
por el ocular del telescopio de servicio, exclamo triunfante:
–¡Exploto
Willie! Cuando se revelen las películas, sabremos el resultado de
nuestro impacto en este viejo planeta Marte.
Se
incorporo, pues de momento no hacía más que observar y estrechó la
mano de Willie Sanger. Era un momento histórico.
–Espero
que el cohete no haya matado a nadie. A ningún marciano, quiero
decir, Rog.
¿Habrá
hecho impacto en el centro inerte de la Gran Syrte?
–Muy
cerca, en todo caso. Yo diría que a unas mil millas al sur. Y eso es
puntería para un disparo a cincuenta millones de millas de
distancia... ¿Willie crees que habrá marcianos?
Willie
lo penso un segundo y respondió:
–No.
Tenía
razón.
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