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Amanecer . Salvador Dalí |
El hombre hizo una pausa para encender un cigarrillo,
después continuó hablando.
—Hay gentes para las que la vida es algo que merece la pena,
gentes que hablan y ríen, aman, comen y parecen esperar cualquier cosa del
futuro; las ciudades están llenas de ellos, son como perros de caza siguiendo
el rastro de la pieza, atentos y tensos, deseando lanzarse sobre cualquier
presa que la vida les ofrezca. Yo no soy uno de ellos, eso es todo.
—A veces pienso que tú no eres nada.
Era la frase final, la puerta que dejaba entrar el
silencio... En veinte años de matrimonio, las pausas, las miradas, los gestos
ínfimos, pesan más que las palabras y se espera ansioso que algo suceda... el
teléfono, la llegada de alguien, cualquier cosa que rompa el cordón del
silencio y lo anude a otras palabras, a otras ideas.
Fue ella, como casi siempre, la que volvió a hablar;
conciliadora, casi humana, probablemente aburrida de permanecer callada
esperando que, al menos por una vez, él reiniciara la conversación.
—No te entiendo. Lo intento, te juro que lo intentó, pero no te entiendo. Debes estar deprimido, aunque tú
no quieras reconocerlo.
—No, por favor, otra vez no. Ya lo hemos discutido mil
veces. No estoy triste, gozo haciendo el amor o ante una buena comida. Me
agradan las puestas de sol y todas esas cosas. Aprecio en lo que vale ser rico,
me gusta el dinero y el poder..., de veras. Pero tengo ganas de que acabe todo,
deseo morirme; pienso que ya he vivido lo suficiente, ya he visto y gustado
bastantes cosas, y las que queden no me interesan. Quiero pasar a otra cosa, a
otra etapa.
—¿Cómo sabes que hay otra etapa? ¡Me exaspera esa seguridad
tuya en que hay algo después de la muerte! ¡Qué sabes tú!
—De acuerdo, de acuerdo, no hay necesidad de enfadarse.
Estoy seguro de que hay otra existencia después de ésta, lo hemos hablado mil
veces. No pienso que vaya a ser tocar el arpa o quemarse en el infierno, esas
estupideces no las creen ya ni los más simples. Nada de premios y castigos,
sencillamente se pasa a otra forma de existencia, a otro plano distinto... y si
no hay nada tampoco importa mucho, será como estar dormido sin soñar.
—Como tú quieras, pero sigo pensando que necesitas un
psiquiatra... o terminaré yendo yo. No es fácil vivir con un hombre que lo
único que desea es morirse. Ni yo ni el hijo que vendrá te importamos.
Como otras veces, como tantas otras veces, ella lloraría y
él tendría que consolarla, cortésmente, con ternura que ya estaba gastada, con
palabras que nunca eran nuevas.
Si ella supiera... si supiera que Bert la mentía siempre que
hablaban del tema. La verdad es que no gozaba haciendo el amor, al menos con
ella, que no apreciaba el dinero, que estaba aburrido hasta la inmensidad y que
no quería dejar de estarlo. Quería huir, huir de todo y especialmente de ella,
quería morirse, y no volver por este mundo para evitar el riesgo de
encontrársela de nuevo. Y ahora es cuando más deseaba la muerte; por una
extraña broma del destino, Angela se había quedado embarazada, y eso le
aterrorizaba. No sentía el menor deseo de ser padre, no quería a aquel hijo
concebido por error, casi sin placer, que dentro de unos días iba a nacer para
sujetarle más a la vida, para darle nuevas angustias, para obligarle a
permanecer año tras año junto a aquella mujer que odiaba. Si amara la vida
intentaría el divorcio, escapar, cualquier cosa, pero estaba cansado, no tenía
ganas de luchar, lo único deseable, la solución lógica, era la muerte... y no
había razón para seguir esperando.
El dulce sopor del principio era solamente un recuerdo;
ahora el cuerpo había dejado de tener sentido, como si no existiera, como si no
hubiera existido nunca. Sólo quedaban las ideas, y éstas surgían libres, ajenas
al concepto de cerebro.
Había sido sencillo, demasiado sencillo, y hacerlo no
representó angustia, tampoco alegría, sólo la sensación de estar representando
un papel, de estar protagonizando una historia que no era la suya, como un
actor eficiente que no se siente identificado con su personaje. Era curioso
comprobar cómo en momentos aparentemente tan trascendentes en la vida de un
hombre lo único que importaban era los detalles. Había elegido un pijama de
seda y su bata más nueva, como si eso fuese importante, casi sonreía al
recordarlo. Sonreír... ¿con qué? En ese mundo de ideas no existían músculos, ni
boca..., costaba un poco acostumbrarse a la nueva situación.
En los libros se decía que en circunstancias semejantes uno
se sale del cuerpo y es testigo de lo que sucede, se ve a sí mismo, a lo que
fue el soporte físico; sin embargo, nada de eso sucedía, estaba en... ningún
sitio, era como estar solo consigo mismo, sin sensaciones, sin sentimientos, en
una oscuridad que no era ausencia de luz porque el concepto luz no existía.
En cualquier caso, su cuerpo estaría en algún sitio.
Probablemente no lo habían descubierto aún..., ¿o quizá todo había sucedido
mucho tiempo atrás? Curioso..., era otro concepto que había perdido, el del
tiempo; podía llevar minutos en ese estado o años, tal vez miles de años. ¿Qué
habría sido de su cuerpo? A lo mejor estaba aún sentado en la silla de la
cocina y nadie se había dado cuenta de lo sucedido.
* * *
Fue lógico elegir el gas, era lo más fácil, aunque le llevó
algún tiempo tapar todas las rendijas; era importante que no se percibiera el
olor, ni mucho menos que muriera también Angela. Habría sido gracioso abrir los
ojos a una nueva existencia y encontrarse con ella, con su cara que, según los
demás, era atractiva, con sus reproches, con su amor pegajoso y dependiente...
Extrañamente, aún podía odiar, pero era un odio amortiguado por la distancia,
un odio que no merecía la pena recordar, pertenecía a otro tiempo, a otra vida.
¿Cómo sería el hijo? Tal vez había muerto ya de viejo, era
tan difícil acomodarse a la inexistencia del tiempo. La verdad es que nunca
tuvo la sensación de que ese hijo fuera alguien, de que tuviese personalidad
propia. Angela tenía más de cuarenta años, posiblemente su fruto fuera un fruto
sin alma, uno de esos seres cuya vida sólo es física..., quizá ni llegó a nacer
vivo. Qué importaba ya, él se sentía lejos, absolutamente lejos de aquellas
cosas, de aquellos sentimientos, de aquellos problemas, él era libre, aunque no
supiera qué era, ni dónde estaba.
De todas formas, él esperaba otra cosa. Los que habían
estado al otro lado de la vida y volvieron contaban sensaciones muy distintas a
las que él sentía; ellos hablaban de un túnel oscuro que recorrían y la
sensación de abrirse a un mundo distinto en el que se veía a otras personas,
seres que ya habían muerto y estaban esperando al recién llegado, incluso
hablaban de un ser luminoso con el que se hacía balance de la existencia que
había terminado. Algunos contaban haber vislumbrado una ciudad lejana. A él no
le sucedía nada de todo aquello, tenía recuerdos, pero carecía de
sensaciones; sólo sabía que estaba, pero ignoraba dónde y desde cuándo.
De súbito le asaltó el temor de no estar muerto o que la
muerte fuera algo distinto de lo que tantas veces había imaginado. Tal vez
estaba en un punto intermedio, en una especie de zona neutral entre las dos
existencias; de hecho, se iba alejando de lo que fue su vida, cada vez le
costaba más trabajo recordar cómo era antes y qué hacía, sólo venían imágenes
desdibujadas de un pasado que ya era muy lejano; curiosamente, era el rostro de
Angela lo que más nítidamente persistía, su rostro y la idea de odiarla o
haberla odiado en otro tiempo. ¡Qué extraño era estar muerto! ¿O no lo estaba?
De alguna parte estaban naciendo sensaciones, como si notara... Sí, estaba
notando su propio cuerpo, un cuerpo indefinible, distinto a lo que podía recordar.
Sin duda estaba entrando en una nueva existencia al fin. Por un momento había
sentido miedo, hubiera sido horrible no estar muerto y tener que volver de
nuevo a lo de antes, a las mismas cosas, los mismos sentimientos, volver de
nuevo a la compañía de ella. Ahora estaba seguro de que no sería así, había
comenzado a tener sensaciones, aunque de forma imprecisa notaba que tenía un
cuerpo y lo percibía como algo diferente a lo que recordaba del anterior. Poco
a poco iría tomando más conciencia de su nuevo estado, de su nueva vida, ya no
le cabía duda, todo iba a ser tal como estaba descrito en los libros de
ocultismo, igual a lo que se relataba en las sesiones de espiritismo o en los
trabajos que recogían el testimonio de los que estuvieron clínicamente muertos;
nunca había dudado que fuera así y ahora su propia experiencia lo estaba
confirmando; tenía un cuerpo distinto, lo sentía... y empezaba también a sentir
otras cosas... un ruido extraño, hacía tiempo que le llegaba, pero cada vez era
más perceptible, un rumor lejano, como el batir monótono y acompasado de un
tambor que, curiosamente, producía paz; un ritmo relajante y protector que le envolvía, como si junto a él latiese un inmenso corazón.
* * *
Todo era diferente a cualquier sensación experimentada
antes, era consciente de que existía, incluso tenía un cuerpo, y de éste le
llegaba alguna sensación, hasta el punto de ir conformando en su mente un
esquema, una idea aproximada de su nueva forma; no podía verse, la oscuridad
era total, ni siquiera sabía si en esta nueva etapa tenía ojos o algo que
hiciese su función, pero, evidentemente, tenía un cuerpo, lo sentía, aunque
fuese distinto al de antes, al de la vida anterior; éste era más pequeño, como
el resumen de un cuerpo, como el boceto del antiguo. Lo percibía porque algo
estaba apretándole... algo le empujaba. En ese instante brotó la angustia. Su
mente empezó a trabajar febrilmente, trató de relacionar esa sensación con los
relatos que había leído, con las descripciones que recordaba y la angustia creció
hasta desbordarse porque esa sensación se estaba transformando en dolor, un
dolor físico, definido, concreto, y eso sólo podía significar que... estaba
vivo. Enterrado probablemente y ¡aún vivo!
Trató de calmarse, de alejar el pánico, de razonar; tenía
que haber una explicación, era preciso dejar de prestar atención a esas
sensaciones y pensar, pensar con calma..., con calma. Poco a poco fue
serenándose hasta el punto de poder ordenar sus ideas. No debía estar muerto,
era capaz de oír y de sentir dolor físico; pero si estaba vivo, ¿dónde estaba?
¿Enterrado? No, demasiado melodramático; si se había suicidado tenían que
haberle practicado la autopsia antes de enterrarle y entonces era inevitable
estar total y definitivamente muerto. No, no estaba enterrado. Pero, entonces,
¿qué era el sitio donde se encontraba, y qué había pasado con su cuerpo? Lo
sentía distinto; si pudiera tocarse..., pero algo sujetaba sus extremidades, si
es que las tenía; lo mas que llegaba a percibir era la sensación de estar en un cuerpo, un cuerpo que no reconocía.
Le resultaba imposible entender qué estaba sucediendo. A no
ser que todo fuera lo normal; en definitiva, ¿qué sabía él de la muerte?
Algunos libros, experiencias ajenas que ahora, le parecían más que dudosas...
¡Claro! Ellos estaban equivocados, lo que contaban no correspondía con la
muerte, eran personas que estuvieron «clínicamente muertas», pero no muertas
realmente, esa era la diferencia... Pero ¿y el dolor? Porque estaba sintiendo
dolor, no demasiado intenso, pero dolor en definitiva, ahora era como si algo
le apretase, le estuviese oprimiendo alrededor del cuerpo y especialmente desde
abajo, desde los pies. Sí, algo le estaba empujando y empezaba a notar una
presión en la cabeza, como si ésta fuera abriéndose paso por algún sitio a
consecuencia del empuje; no había duda, estaba saliendo de algún lugar en el
que hasta ahora había estado encerrado. Casi le entraron ganas de reír...
estaba imaginando llevar mucho tiempo muerto y, en realidad, era en ese momento
cuando estaba muriendo, en ese preciso instante. Lo había leído miles de veces,
casi todas las experiencias coincidían: en el momento de la muerte se tenía la
sensación de ser empujados por un túnel. ¡Un túnel! Y al final de él estaba la
luz, el otro mundo, la otra existencia.
¡Qué necio había sido! Y pensar que se creía vivo y
enterrado... Todo iba bien, todo era como él esperaba que fuese. Ya había
llegado el momento definitivo; notó que aquella presión que le empujaba
aumentaba en intensidad y salía, estaba saliendo al otro mundo. Definitivamente
había dejado la vida anterior y a ella, a Angela. Aún la odiaba cuando salió.
Y era como él pensaba, fue una explosión de luz que cegó sus
ojos pese a tenerlos cerrados. Y en ese instante comprendió, y al hacerlo sólo
pudo gritar. En ese grito todo se borró de su memoria.
El médico puso al recién nacido en las manos de la
comadrona; sería un chico fuerte a juzgar por el grito que lanzó nada más salir. Ya estaba tranquilo, era el
momento de ocuparse de la madre.
—Ya está. Angela; ha sido un niño precioso, en seguida podrá
tenerle con usted.
Luego hizo un gesto triste al mirar al niño y pensó que la
vida era injusta a veces: «Pobrecillo, ha nacido unas horas después de
suicidarse su padre. Una vida que empieza cuando otra termina».
Fernando Jiménez del Oso