EL DISCO - Jorge Luis Borges
Soy
leñador. El nombre no importa. La choza en que nací y en la que pronto
habré de morir queda al borde del bosque. Del bosque dicen que se alarga
hasta el mar que rodea toda la tierra y por el que andan casas de
madera iguales a la mía. No sé; nunca lo he visto. Tampoco he visto el
otro lado del bosque. Mi hermano mayor, cuando éramos chicos, me hizo
jurar que entre los dos talaríamos todo el bosque hasta que no quedara
un solo árbol. Mi hermano ha muerto y ahora es otra cosa la que busco y
seguiré buscando. Hacia el poniente corre un riacho en el que sé pescar
con la mano. En el bosque hay lobos, pero los lobos no me arredran y mi
hacha nunca me fue infiel. No he llevado la cuenta de mis años. Sé que
son muchos. Mis ojos ya no ven. En la aldea, a la que ya no voy porque
me perdería, tengo fama de avaro pero ¿qué puede haber juntado un
leñador del bosque?
Cierro la
puerta de mi casa con una piedra para que la nieve no entre. Una tarde
oí pasos trabajosos y luego un golpe. Abrí y entró un desconocido. Era
un hombre alto y viejo, envuelto en una manta raída. Le cruzaba la cara
una cicatriz. Los años parecían haberle dado más autoridad que flaqueza,
pero noté que le costaba andar sin el apoyo del bastón. Cambiamos unas
palabras que no recuerdo. Al fin dijo:
- No tengo
hogar y duermo donde puedo. He recorrido toda Sajonia. Esas palabras
convenían a su vejez. Mi padre siempre hablaba de Sajonia; ahora la
gente dice Inglaterra.
Yo tenía
pan y pescado. No hablamos durante la comida. Empezó a llover. Con unos
cueros le armé una yacija en el suelo de tierra, donde murió mi hermano.
Al llegar la noche dormimos.
Clareaba el
día cuando salimos de la casa. La lluvia había cesado y la tierra
estaba cubierta de nieve nueva. Se le cayó el bastón y me ordenó que lo
levantara.
- ¿Por qué he de obedecerte? - le dije.
- Porque soy un rey - contestó.
Lo creí loco. Recogí el bastón y se lo di.
Habló con una voz distinta.
- Soy rey
de los Secgens. Muchas veces los llevé a la victoria en la dura batalla,
pero en la hora del destino perdí mi reino. Mi nombre es Isern y soy de
la estirpe de Odín.
- Yo no venero a Odín - le contesté -. Yo venero a Cristo.
Como si no me oyera continuó:
- Ando por los caminos del destierro pero aún soy el rey porque tengo el disco. ¿Quieres verlo?
Abrió la
palma de la mano que era huesuda. No había nada en la mano. Estaba
vacía. Fue sólo entonces que advertí que siempre la había tenido
cerrada. Dijo, mirándome con fijeza:
- Puedes tocarlo.
Ya con
algún recelo puse la punta de los dedos sobre la palma. Sentí una cosa
fría y vi un brillo. La mano se cerró bruscamente. No dije nada. El otro
continuó con paciencia como si hablara con un niño:
- Es el disco de Odín.
Tiene un solo lado. En la tierra no hay otra cosa que tenga un solo
lado. Mientras esté en mi mano seré el rey.
- ¿Es de oro? - le dije.
- No sé. Es el disco de Odín y tiene un solo lado.
Entonces yo sentí la codicia de poseer el disco. Si fuera mío, lo podría vender por una barra de oro y sería un rey.
Le dije al vagabundo que aún odio:
- En la choza tengo
escondido un cofre de monedas. Son de oro y brillan como el hacha. Si me
das el disco de Odín, yo te doy el cofre.
Dijo tercamente:
- No quiero.
- Entonces - dije - puedes proseguir tu camino.
Me dio la
espalda. Un hachazo en la nuca bastó y sobró para que vacilara y cayera,
pero al caer abrió la mano y en el aire vi el brillo. Marqué bien el
lugar con el hacha y arrastré el muerto hasta el arroyo que estaba muy
crecido. Ahí lo tiré.
Al volver a mi casa busqué el disco. No lo encontré. Hace años que sigo buscando.
Etiquetas:
Borges,
Cuentos cortos,
Fantastico