-Voy a tocar la campanilla para el té -dijo la señora Carter-. Espero que Simon la oiga.
Miraron
por la ventana del salón. El largo jardín, que ofrecía un aspecto de
agradable descuido, terminaba en una parcela de terreno baldío. Allí se
alzaba un pequeño invernadero, casi totalmente en ruinas, pero que aún
conservaba algún vestigio de su pasado esplendor. Era el escondite de
Simon. Las ramas entrelazadas de un manzano y un peral, plantados
demasiado cerca el uno del otro, como siempre ocurren los jardines de
los barrios periféricos, lo tapaban casi por completo. Lo veían a lo
lejos trotar de aquí para allá, haciendo muecas y gesticulaciones,
interpretando todas las solemnes pantomimas de los niños pequeño que se
pasan largas tardes en los olvidados rincones de largos jardines.
-Allí está, bendito sea -exclamó Betty.
-Siempre
jugando a ese juego suyo -añadió la señora Carter-. Ya no quiere jugar
con los demás niños. Y si voy allí, ¡Qué genio saca! Lo peor es que
vuelve siempre agotado.
-Pero ¿es que no duerme la siesta por las tardes? -preguntó Betty.
-Ya
sabes cuales son las ideas de Simon mayor -le contestó la señora
Carter-. '¡Que elija por sí mismo!', dice. Y ahí tienes lo que elige. Y
cuando entra en casa siempre viene pálido como la cera.
-Mire. Ha
oído la campanilla -observó Betty. La frase tenía su justificación,
aunque la campanilla hubiera dejado de sonar hacía ya un minuto largo.
Simon pequeño interrumpió el desfile como si el tintineo del metal
hubiese llegado en aquel preciso instante a sus oídos. Le vieron barrer y
escarbar ritualmente el suelo con su pequeño bastón y luego cruzar con
paso renqueante el marchito y caliente césped del jardín en dirección a
la casa.
La señora Carter condujo a su invitada al piso de abajo,
al cuarto de los niños, o pabellón del jardín, que también hacía las
veces de sala de té los días de mucho calor. En otros tiempos había sido
espacioso lavadero de aquella casa georgiana de varios pisos. Ahora las
paredes estaban pintadas en un tono crema, visillos azules de un tul
bastante ordinario cubrían las ventanas, había unos cuantos sillones
tapizados de loneta, el suelo era de baldosas y una reproducción de Los Girasoles de Van Gogh colgaba sobre la repisa de la chimenea.
Simon
pequeño entró arrastrando los pies y saludó a Betty con un gesto
maquinal. Su rostro, que acababa en un prominente barbilla, tenía la
forma de un triángulo casi perfecto, y estaba más pálido aún de lo que
era normal en él.
-¡Ah,ya está aquí el pequeño diablillo! -exclamó Betty.
Simon la miró.
-No-dijo secamente.
En
ese momento se abrió la puerta y entró el señor Carter frotándose las
manos. Era dentista y se lavaba antes y después de todo lo que hacía.
-¡Tú!-exclamó su mujer-.¡En casa a esta hora!
-Espero
no ser mal recibido -le respondió el señor Carter, mientras saludaba a
Betty con una inclinación de cabeza-. Dos personas cancelaron sus citas,
así que decidí venirme a casa. Espero no ser mal recibido, repito.
-¡No seas tonto! -le contestó su mujer-. ¡Pues claro que no!
-Simon
pequeño no parece estar tan seguro -prosiguió el señor Carter-.Simon
pequeño, ¿Te molesta que haya venido a tomar el té contigo?
-No,papá.
-¿No qué?
-No,Simon mayor.
-Eso
está mejor. Simon mayor y Simon pequeño. Así suena más amistoso,¿no te
parece? En otros tiempos los niños pequeños tenían que llamar a su padre
'señor'. Y si se les olvidaba, una buena zurra.¡En el trasero, Simon
pequeño!¡En el trasero! -repitió el señor Carter, mientras se lavaba
otra vez las manos con su invisibles agua y jabón.
El niño se puso como la grana de vergüenza o de rabia.
-Pero ahora, ya ves -intervino Betty tratando de ayudar-, puedes llamar a tu padre como quieras.
-¿Y qué ha hecho esta tarde Simon pequeño -preguntó el señor Carter-mientras Simon mayor estaba trabajando?
-Nada-masculló su hijo.
-Pues
en ese caso te habrías aburrido de lo lindo -respondió el señor
Carter-. Haz de aprender de la experiencia, Simon pequeño. Mañana haz
algo que te divierta y ya verás cómo no te aburres. Yo quiero que
aprenda de la experiencia, Betty. Ése es mi método, el nuevo método.
-Ya he aprendido -respondió el pequeño con ese tono de persona anciana y cansada que tan a menudo emplean los niños.
-¡Pues
quién lo diría! -replicó el señor Carter-, ¡si te pasas toda la tarde
calentando el asiento sin hacer nada! Si mi padre me hubiera pillado
cruzado de brazos, no habría podido volverme a sentar en una temporada.
-Ha estado jugando -intervino la señora Carter.
-Un poquito -puntualizó el niño.
-Un
poquito bastante -corrigió la señora Carter-. Cuando entra en casa es
un manojo de nervios y está como aturdido. Debería dormir la siesta.
-Ha
cumplido seis años -le replicó su marido-. Ya tiene uso de razón.Ha de
saber elegir por sí mismo. Bueno, Simon pequeño, ¿y qué juego es ese tan
divertido que te pone tan nervioso y te aturde tanto? Debe de haber
pocos juegos tan emocionantes como ése.
-No es nada -contestó el niño.
-Oh,vamos
-protestó su padre-. ¿Somos o no somos amigos? A mí puedes contármelo
todo. En mis tiempos yo también fui un Simon pequeño como tú y jugaba a
las mismas cosas a las que juegas tú ahora.Claro que en aquellos tiempos
no había aviones. ¿Y con quién juegas a ese juego tan entretenido?
Vamos, hombre, todos hemos de contestar cuando nos hacen preguntas tan
educadas o, de lo contrario,el mundo no podría seguir dando vueltas.
¿Con quién juegas, eh?
-Con el señor Beelzy -le contestó el niño, dándose por vencido.
-¿El señor Beelzy? -repitió el padre arqueando las cejas e interrogando con la mirada a su mujer.
-Es un juego que él se inventa -aclaró la madre.
-¡No, no me lo invento! -gritó el niño-. ¡Tonta!
-Eres un mentiroso -le respondió su madre-. Y además, un maleducado.Bueno, mejor será que cambiemos de conversación.
-Si
primero dices que cuenta mentiras y a continuación propones que
cambiemos de tema -arguyó el señor Carter-, no es de extrañar que sea
maleducado. Él te cuenta sus fantasías y tú le inculcas un sentimiento
de culpabilidad. ¿Qué puedes esperar entonces? Pues un mecanismo de
defensa. Y entonces es cuando miente de verdad.
-Es
como en Estas tres -intervino Betty-. Sólo que distinto, claro. La
protagonista era una pequeña mentirosa que no se sonrojaba por nada.
-Pues
ya la habría hecho yo sonrojarse en determinada parte de su
anatomía-replicó el señor Carter-. Pero Simon pequeño está aún en la
fase de la infancia. ¿Verdad que sí, Simon pequeño, que lo que pasa es
que inventas cosas?
-No,no invento nada -respondió el niño.
-Sí,sí
que lo haces -insistió el padre-. Y como tú sabes que sí, aún no es
demasiado tarde para tratar de razonar contigo. Nada hay de malo en la
fantasía, querido amigo. Lo único es que tienes quedarte cuenta de la
diferencia que existe entre lo que uno sueña despierto y las cosas tal
como son en la realidad, o de lo contrario tu cerebro nunca será el de
una persona adulta. No será nunca el cerebro de un Simon mayor. Así que
vamos a ver. Cuéntanos algo de ese señor Beelzy tuyo. Vamos. ¿A qué se
parece?
-No se parece a nada -respondió el niño.
-¿A nada de nada? ¡Pues vaya tipo tan horrible! -bromeó su padre.
-A mí no me da miedo -contestó el pequeño-. Ningún miedo.
-¡Eso
faltaría! -exclamó su padre-. Si te diera miedo estarías dándote miedo a
ti mismo. Mira, yo siempre le digo a la gente, a gente que tiene más
años que tú, que lo que les pasa es que tienen miedo de sí mismos. Y
que, ¿Es un payaso?¿O un gigante?
-Aveces sí -respondió el niño.
-Así
que unas veces es una cosa y otras otra -resumió el padre-. Todo es un
poco vago, ¿no te parece? ¿Por qué no puedes decirnos qué aspecto tiene?
-Yo lo quiero. Y el me quiere a mí -dijo el pequeño.
-¡Vaya!¡Esas
son palabras mayores! -exclamó el señor Carter-. Mira, lo mejor es que
reserves ese tipo de expresiones para la gente de carne y hueso,como
Simon mayor y Simon pequeño, por ejemplo.
-Él es de carne y hueso -contestó el niño con vehemencia-. No es de mentira. Es de carne y hueso.
-Óyeme-ordenó su padre-. Cuando sales al jardín, allí no hay nadie,¿verdad?
-No-respondió el niño.
-Y entonces piensas en él, aquí en tu cabeza, y se te aparece.
-No-contestó Simon pequeño-. Antes he de hacer algo con mi bastón.
-Eso no tiene importancia.
-Sí,sí que la tiene.
-Simon
pequeño, estás siendo muy testarudo -advirtió el señor Carter-.Estoy
tratando de explicarte algo. Llevo en este mundo más tiempo que tú, y
por tanto soy mayor que tú y sé más cosas. Te estoy explicando que el
señor Beelzy es una fantasía tuya. ¿Me oyes? ¿Entiendes lo que te digo?
-Sí, papá.
-Es un juego. Un producto de tu imaginación.
El niño hundió la vista en el plato con una sonrisa de resignación.
-Supongo
que me estás escuchando -continuó su padre-. Lo único que tienes que
hacer es decir: 'He estado jugando a un juego de mentira, con alguien
que me invento y que se llama señor Beelzy'. Entonces ya nadie podrá
decir que mientes y te darás cuenta de la diferencia que hay entre los
sueños y la realidad. El señor Beelzy es pura fantasía.
El niño seguía con los ojos fijos en el plato.
-Unas
veces está ahí y otras veces, pues no -prosiguió el señor Carter-. Unas
veces tiene tal aspecto y otras veces otro. Verlo, en realidad no
puedes verlo. Al menos no como me ves a mí. Yo soy real. A él no puedes
tocarlo. En cambio a mí sí que puedes, y yo puedo tocarte a ti.
El
señor Carter alargó su blanca manaza de dentista y agarró a su hijo por
el hombro. Calló un instante mientras apretaba la mano. El niño hundió
aún más la cabeza en el plato.
-Ahora ya sabes la
diferencia que hay entre lo real y lo imaginario-continuó el señor
Carter -. Tú y yo somos una cosa, él es otra. ¿Cuál de las dos es
imaginaria? Vamos, contéstame. ¿Cuál de las dos es imaginaria?
-Simon mayor y Simon pequeño -contestó el niño.
-¡No!-exclamó
Betty, y en seguida se tapó la boca con la mano, pues, ¿a santo de qué
había de gritar '¡No!' una visita, cuando un padre le está explicando
cosas a su hijo de un modo tan científico y tan moderno?
-Muy
bien, hijo -continuó el señor Carter-. Ya he dicho que hay que dejar
que aprendas de la experiencia. Ve arriba. Sube derecho a tu cuarto. Vas
a aprender qué es mejor: si razonar o ser un niño díscolo y testarudo.
Ve arriba. Yo subiré ahora enseguida.
-No irás a pegar al niño, ¿verdad? -imploró la señora Carter.
-No-intervino el niño-. El señor Beelzy no se lo permitiría.
-¡Vete arriba de una vez! -vociferó su padre.
Simon pequeño se detuvo al llegar a la puerta.
-Dijo
que no dejaría que nadie me hiciera daño -gimoteó-. Dijo que se
aparecería con forma de León, con alas y todo, y que se comería a quien
lo intentase.
-¡Vas a ver lo real que es ese amigo
tuyo! -le contestó el padre a gritos-. Si no quieres aprender por las
buenas, vas a aprender por las manos. Ve bajándote los pantalones. Pero
antes voy a acabarme mi taza de té -concluyó dirigiéndose a las dos
mujeres.
Ninguno de los tres dijo una palabra. El señor
Carter se acabó su té y salió sin prisa de la habitación, lavándose
siempre las manos con aquellos invisibles agua y jabón suyos.
La
señora Carter no abrió la boca. A Betty no se le ocurrió nada que
decir. Pero quería empezar una conversación a toda costa: tenía miedo de
lo que pudieran escuchar sus oídos. Y de pronto se oyó un grito
horrísono que pareció rasgar el aire.
-¡Dios bendito!
-exclamó-. ¿Qué ha sido eso? ¡Lo debe de estar baldando!-se levantó de
un salto de su asiento. Sus ojos bobalicones centellaban a través de sus
gafas -. ¡Voy arriba a ver qué has ido! -añadió temblorosa.
-Sí,vamos arriba, vamos arriba -coreó la señora Carter-. Eso no ha sido Simon pequeño.
Y
en el descansillo del segundo piso fue donde hallaron el zapato con el
pie del hombre aún dentro, como ese último bocado que a veces cae de las
fauces de un gato con prisa.