VIENTOS DE MUERTE EN GARGANTA DEL VALLE - Jesús María Zuloaga Zuloaga



Qué sabía el pueblo?
Nol, gustaba de estar sentado sobre la tumba de los suyos, porque el cementerio extendía su yerta población, precisamente sobre el cerro más alto, allí donde el mar empezaba a rendirse en ría y, el aire hecho viento de brisa, le entraba boca adentro, hasta los pulmones, prisioneros del jadeo del asma maldita.
De familia bien, venida a menos, Nol sabía que allí se respiraba mejor, dentro de lo malo.
—¡Qué coño necrofilia ni mierda!
Nol solo era mal hablado en las soledades largas del recinto mortuorio, para él, amable lugar de buenos aires.
—La gente, por lo común —hablaba para sí mismo en voz alta— es canija de mente y perezosa con el poco seso que le correspondió en el reparto. Dicen: «Nol está loco... Nol no habla... Nol siente rencor porque su padre no le dejó un duro y su madre no hizo en vida más que llorar... Nol es amigo de Chichipán, la bruja del Tercer Molino... Nol es vengativo...»
Nol, en realidad, era un desdichado asmático que deseperadamente iba mordiendo el aire de su habitación, el de las calles y plazas del pueblo, con la impaciencia del que sabe que cualquier día, dentro de cualquier hora vacía (¡sin aire!... ¡sin aire!... ¡me ahogo!... ¡me ahogo!) caería con la boca abierta, lo mismo contra el suelo de piedra o de barro sucio o de hierba con bichos y lombrices y excrementos de animales irracionales: mierda de oveja, canicas de cirria, de perro, canutillo seco pronto de color calizo, de burro, deformes manzanas negras hendidas por heridas amarillas... ¡De hombre! con resto de trozos visibles de alimentos sin digerir (¡ésta sería la peor!).
Pero él, ¿qué iba a hacer?
Por eso deambulaba por el pueblo como alma en pena. Y, ya en la quietud de las noches, con la luna llena, redonda como gota de oxígeno inasequible, iba hasta el Tercer Molino despacio, paso contado, pecho medroso.
—Madre Chichipán... aquí estoy.
—Te he notado venir... siéntate...
—Madre Chichipán, ¿moriré mañana?
—No... espera...
La vieja resumida, salió para fuera, olió el agua, mojó en ella un dedo, lo elevó después para ver de dónde venía el viento, fue contando: uno, dos, tres, cuatro... Hasta que la humedad secó. Dio tres vueltas hacia la derecha casi sobre sí misma y tres a la izquierda, agachó su pequeño cuerpo y largó un cuesco, un pedo, vamos, cogió el olor con la concavidad de la mano derecha y la pasó a la izquierda, como si fuera pelota de fetidez... por último, sopló hacia donde el viento venía, hizo la señal de la cruz tres veces, dijo otras tantas: ¡Santo, Santo, Santo!... Tranquilizó a Nol:
—Mañana, no...
—¿Cuándo, entonces, madre?
—Pronto, Nol, pronto... ya te lo dije.
El mozo, lisiado de aires, se iba sin palabra de despedida. Chichipán le llamó con imperio en la resquebrajada voz aflautada:
—¡Nol!... sin mi permiso no cambiarás de sitio. Continúa en el cementerio donde bien respiras. La «Garganta del Valle» no deberá usarse sin que antes me lo permitan «ellos».
—¡Madre!... yo no quiero mal a nadie... si estoy así, medio ahorcado por el asma, fue porque mi madre no supo parirme mejor...
—Tú, ¿qué sabes?... Eres bueno sin medida...
—¿Acaso hay otra forma de serlo?
Chichipán, miraba hacia el lugar donde el pueblo recogía el caserío, en la madeja enredada de sus calles trazadas a capricho.
—Nol... hay más malos que buenos...
—Madre, no sé que quieres decir.
—Nol, yo moriré antes que tú...
—¿Mañana?
—A lo mejor ahora mismo...
—¡Madre!...
—Si, Nol... por eso... ¡anda, siéntate conmigo en la orilla!
Ella repitió una parte de rito que ya vimos y, con las manos de él entre las suyas, profetizó cantando sin música:
«El que, de espaldas a la mar, expela de sí su olor, cuando la luna abre la boca de su luz, cuando el viento entra por la “Garganta del Valle” al pueblo, recogido en tirabuzones invisibles que dejan solo libre el cerro de los muertos, el cementerio... él y no otro será quien destape el horror, para que mueran sin aire los sucios de corazón, los cerrados de bolsillo, los lenguaraces duchos en la calumnia, las vírgenes que fornican en el pensamiento... ellos, los ladrones del aire ajeno... ¡morirán !»
Chichipán miró a Nol que parecía estar dentro de sus pulmones y gritando: «Más aire, más aire... ¡quiero más!»
—Nol, ¿oíste lo que dije?
—No sé madre.
—Pero quedó escrito en tu alma.
—Si tú lo dices, madre...
* * *
Nol era hijo único, hermano de hija única.
Sabía de ella, que de joven marchó a la ciudad.
Nacida diez años antes que él, Nol apenas recordaba su figura.
Pero, en el entierro de su madre (que no hizo más que llorar en su vida, en la mala vida que el esposo pródigo, vulgarmente despilfarrador, le dio) pudo medir la belleza de la ausente.
Todos la miraban con hambre carnal.
A uno, incontinente, que ya se iba para los pechos de la hermosa, con las manos temblorosas, Nol le frenó el ardor de un rodillazo en las partes.
El otro, se revolvió más rabioso por la falta de suministro sexual que por el dolor del golpe y machacó en el suelo las tripas de Nol. Ella, leona incontenible, agarró con las dos manos la cabellera del fanfarrón. Proa retadora, le gritaba echando el busto para delante:
—Anda, chulo, aquí las tienes, cógelas... y te corto el grifo con las uñas...
Luego consoló a Nol que lloraba entre hipos.
—Son malos, son malos... ¡verdad, hermana!
—Alguno habrá que no lo sea... Pero, sí, Nol casi todos lo son.
De nuevo en sus soledades, Nol que sabía oír tan fino como los ciegos, escuchó en el rumor chismoso del pueblo:
—Es puta de lujo en la ciudad... ¡mejor haría en mandar algo para Nol!
Cuando, una vez, el rumor fue palabra clara, nítida que decían descaradamente cuatro hembras en la fuente, Nol no se mordió la lengua.
—Si es puta, será porque sabe el oficio con decoro. Vosotras, además de parir animales que sólo saben repetir la mala crianza de los vuestros ¿de qué entendéis?
—¡Mira éste!... por no saber, no sabe ni respirar...
—¡Dios acabe con vuestras lenguas!
—Eso te dejó tu madre... medio pulmón en cada lado.
Nol, en el cementerio, a solas, abrió de par en par su rabia y eso que también lloraba:
—Sexos encogidos... ombligos sucios... tetas a la funerala... ¡Dios os castigará pronto en un día espantoso!
* * *
En estas, murió Chichipán y, como obedeciendo a un conjuro, su hermana enferma y fatigada, ajada y triste, regresó a la ciudad.
Nol estaba al pie de la cama de la vieja bruja. Era su único deudo.
La hermana quiso desgajarle de aquel sitio lúgubre.
—No... iré luego. Ella no quería morir sin que yo lo supiera antes. Tenía encargo para mí. Algo relacionado con la «Garganta del Valle».
Y quedaron los dos allí solos, junto a la ría.
—Madre, Chichipán... ¡no me dejes ahora!... ¡por tu Dios, madre, dime aquello que profetizaste y yo no recuerdo...
La luna —enorme bolsa de oxígeno puro inasequible para Nol—, miraba a los dos.
El cuerpo de la vieja se estremecía:
—¡Madre! —gritó Nol.
Sin abrir los ojos, dijo así la bruja por entre los dientes carcomidos y estrechos.
«El que, de espaldas a la mar, expela de sí su dolor, cuando la luna abre la boca de su luz, cuando el viento entra por la “Garganta del Valle” al pueblo, recogido en tirabuzones invisibles que dejan solo libre el cerro de los muertos, el cementerio... él será, él y no otro, quien destape el horror para que mueran sin aire los sucios de corazón, los cerrados de bolsillo, los lenguaraces duchos en la calumnia, las vírgenes que fornican en el pensamiento, ellos los ladrones del aire ajeno... ¡morirán!»
Y descansó finalmente rendida.
Nol hizo una tumba entre la junquera.
Fue fácil.
La tierra, frontera a la línea de medición de las mareas, era blanda y suave y negra.
Estaba Nol atando dos ramas en forma de cruz, cuando uno del pueblo llegó con la noticia.
—Están violando a tu hermana en el Casino. Nol se hizo gigante.
Y...
* * *
El único superviviente habitante hoy del Tercer Molino, sabe contarlo muy bien:
«Entró de la mar algo gris, redondo, cual bolsas de plástico transparente, que, al modo de escafandras se fijaban herméticas en las cabezas de los elegidos para la venganza.
Al de Correos, primero en la hazaña de la brutal posesión de la hermana de Nol, le sorprendió la asfixia en plena masturbación con una postal pornográfica incitante sobre la desordenada correspondencia del día como decoración.
Al carnicero y alcalde, segundo, la bolsa le cerró la respiración y le cegó la visión porque iba llena de polvo fino. Estaba el matarife con la «media luna» en alto, y, con la fuerza del brazo para cortar, se amputó la mano que sujetaba la pieza de carne.
Al boticario, tercero, también le cegó. Buscando aire, tropezó con la banqueta en la rebotica y estrelló la cara en la alacena de los ácidos. No se sabe, por tanto, si murió por falta de aire o porque el afilado diente químico le despedazó ojos, nariz y labios hasta irrumpir en la sesera.
Al juez, cuarto, le atrapó en el baño. Parecía pompa de horrores. Su esposa le extrañó y, cuando le descubrió con los ojos desorbitados, la boca desencajada y la cruel bolsa llena del último aire de sus pulmones, cayó fulminada sobre el cuerpo muerto de su marido.
Al molinero, quinto, la bolsa, llena de avispas, le forzó en un ensueño, en el que se recreaba en el recuerdo de la violación. Cayó en la rueda que giraba sonora y fue pulpa, tinte rojo, para la harina dorada del maíz oloroso, convertido en mugre pútrida a las pocas horas.
¡¡Nol, expelía su dolor, su asma, hacia el pueblo desde la «Garganta del Valle»!!
Parecía un dios exterminador.
Despacio, llegó hasta el Casino.
Su hermana aún vivía.
Con fuerza prestada por aquel instante de locura, la llevó en brazos como si fuera de pluma, hacia el cerro de los muertos en donde el viento corría sin el equipaje de las bolsas mortales.
Al llegar a la tumba familiar, Nol sintió el pasado agotamiento retenido. Pero pudo hablar:
—Tú, hermana, debes vivir...
—Y tú, balbució ella, ¿por qué no?
—Yo voy a morir... sin aire... sin aire... me ahogo... me ahogo...
De pronto el viento se hizo remolino.
Y las bolsas, antes mortales, bailando juegos de alegría como pompas de jabón, fueron trayéndole el último aire, mientras agonizaba.
—Me enterrarás con Chichipán en el Tercer Molino. —Sí...
El relato del último superviviente, también último habitante del Tercer Molino, decía que cuando llevaron el cuerpo de Nol a la junquera en donde Chichipán reposaba, las bolsas transparentes, lágrimas gigantes, hicieron cortejo detrás del grupo.
En el sitio donde yacía la vieja la tierra estaba fuera. Alguien había profanado la tumba.
Miramos para abajo.
Chichipán, dentro de una pompa de aire la cabeza, sonreía.
—Estaba esperándote, Nol, hijo, exclamó.
Dejamos caer al hoyo el cuerpo sin aire de Nol.
La mar, hendida para entrar en la ría inundó inesperadamente el hueco.
—¡Lo juro! —exclamaba el excepcional cronista de aquellos últimos hechos. Y añadía—: Ella, su hermana, también lo vio.
Chichipán y Nol fueron yéndose flotando impelidos por la pleamar como dos boyas macabras pero felices.
Del fondo de la ría un pez de lomo negro y vientre jaspeado saltó sobre una y otro.
Y todo acabó así. Para mí que fue el Maligno.»
* * *
Aquel mismo día, un pescador famoso cobró el salmón más grande, premiado después en el Concurso Nacional para aficionados en esta especie deportiva.
De la carne del pez comieron muchos... menos los hijos nunca nacidos de los ejecutados por la venganza que entró, arrebatadora, «Garganta del Valle» arriba.