Cuentos para ver

LLAMEME IRISH, POR FAVOR - Richard Wilson

El grupo de viviendas próximo a la Universidad estaba recién terminado. El vendedor, John P. ("Llámeme Happy") Horman, había esperado una semana, después de que los inquilinos se instalaron, para hacer su ronda con su ratonera eléctrica de muestra y su libreta de pedidos. Empezó por la esquina meridional del grupo y llamó a la primera puerta.
Mientras se abría, Happy empezó su perorata. Hacia el final de la segunda frase se interrumpió en medio de una sílaba al darse cuenta de que estaba hablando con un perro. Un perro hembra.
Happy quedó confundido.
—¿Está el dueño en casa? —preguntó.
—Espere un momento —dijo el perro.
La puerta se cerró y Happy se quedó mirándola con expresión asombrada. Luego volvió a abrirse. Un perro de mayor tamaño preguntó:
—¿Qué desea usted?
—Esto es absurdo —dijo Happy—. Cuando le pregunté al otro perro si el dueño estaba en casa me refería al dueño de la casa, no a su dueño. —Consultó la lista de nombres de las familias que vivían en el grupo—. Busco a un tal Mr. Setler.
—El nombre es Setter —dijo el perro—. Lo han escrito mal. Yo soy el dueño de la casa. ¿Puedo hacer algo por usted?
—No lo sé. —Happy Hormar se quitó las gafas, las limpió, volvió a colocárselas, se metió el pañuelo en el bolsillo y contempló al animal rojizo que estaba ante él—. Esto es muy raro. ¿Es usted un perro parlante?
—Desde luego. —El perro espantó una mosca con su rabo—. ¿Es usted un hombre parlante?
—Bueno..., sí.
—Entonces ¿por qué no dice usted algo? ¿Pertenece usted a la compañía constructora? En ese caso quiero que se ocupe usted de nuestro fregadero. Gotea, ¿sabe? Y mi hijo Whiffet está cansado de lamer el agua que se vierte.
—Mr... ejem... Setter —dijo Happy cerrando los ojos—, represento a la Ohm Electric Rat Trap Company. Nuestro lema es "Ningún hogar sin una ratonera" —Sonrió vacuamente—. Creo que puede interesarle una pequeña demostración, que le haré con mucho gusto. Es decir, creo que usted...
La puerta se abrió un poco más y apareció el perro que había recibido a Happy.
—Irish, querido —dijo—, ¿te importaría entrar o salir? La perrera está enfriándose.
—La casa, Maureen, no la perrera.
—Bueno, la casa. Pero ¿por qué no le dices a este señor que entre?
—Sí, ¿quiere usted pasar, caballero? —dijo Irish—. Si es que no le importa encontrar la casa un poco desordenada.
Happy entró y se sentó en el borde de una silla de madera completamente normal. Miró a su alrededor con interés, pero los muebles que vio eran los de una vivienda corriente. No parecía la casa de un perro, aunque no cabía duda de que erala casa de un perro.
Irish se instaló cómodamente en un sofá, en tanto que Maureen se disculpaba diciendo que era la hora de dar de mamar a sus cachorros más pequeños.
—¡Qué ganas tengo de destetarlos! —exclamó.
Happy Horman enrojeció.
—Mr. Setter —dijo Happy—, le ruego que me perdone si le parezco curioso, pero me gustaría saber cómo..., es decir, por qué..., bueno, cómo es que vive usted aquí.
—¿Y por qué no? —dijo Irish—. No soy ningún indeseable.
—Pero yo creía que estas casas eran construidas para veteranos.
—Yo soy un veterano —dijo el perro—. ¿Desea ver mi honrosa licencia del Cuerpo K-9?
—¡Oh! Pero para ocupar una de estas viviendas hay que ser estudiante y estar casado...
Estoy casado, caballero —replicó dignamente Irish—. No creerá usted que estoy viviendo con una cualquiera, ¿verdad?
Happy tosió para disimular su turbación.
—Por favor, Mr. Setter, no he querido decir tal cosa ni muchísimo menos. Pero ¿cómo puede ser usted un estudiante? De la Universidad quiero decir. Todos los estudiantes son de naturaleza humana, y usted... ejem..., siendo un... un canino...
—Puede llamarme perro, no me importa. ¿Le gustaría oír toda la historia?
—Sí, desde luego, me gustaría.
—Empezó alrededor de 1949 —dijo Irish instalándose más cómodamente en el sofá—. Mi dueño (antes de que me convirtiera en mi propio dueño) era el profesor Neil Wendt, el hombre con más conocimientos de física nuclear del país. ¿O debo decir el "homo sapiens" con más conocimientos de física nuclear? —preguntó irónicamente.
Happy dejó oír una risita falsa.
—No comprendí nunca claramente, ni siquiera lo comprendo ahora, lo que estaba haciendo Wendt, pero yo era su compañero inseparable, su fiel amigo. Luego, un día quedé afectado por unas radiaciones, y cuando Wendt me Ilamó dije "Voy". Tal como se lo cuento. No sé quién quedó más sorprendido, si Wendt o yo. Después de los primeros instantes de confusión nos sentamos y hablamos del asunto. Descubrimos que podíamos ayudarnos considerablemente el uno al otro. Yo sugerí unas cuantas mejoras en su personal, ya que en mi calidad de perro había podido enterarme de muchas cosas que hasta entonces no me había sido posible revelar. Y Wendt habló con el rector de la Universidad para que me permitiera matricularme. Obtuve el grado de bachiller. ¿Ha estudiado usted alguna carrera universitaria, caballero?
—Ejem..., no —dijo Happy.
—Hum. Bueno, más tarde me di cuenta de que había cosas más importantes que los libros. Me refiero a la guerra de Corea. De modo que me alisté como buen norteamericano. El Cuerpo K-9 es una unidad excelente, dentro de sus limitaciones, y no tardaron en ascenderme a sargento. Pero tropecé con el sistema de castas. Completamente injusto. Había oído decir que admitían solicitudes para ingresar en la escuela de oficiales y presenté la mía. Mi sargento mayor se rió de mí, pero yo insistí y obtuve una entrevista con el jefe del regimiento. Me recibió muy amablemente, pero se negó a cursar mi solicitud. Dijo que sería una pérdida de tiempo. Las Ordenanzas del Ejército no preveían el caso. ¡Las Ordenanzas del Ejército son un verdadero asco! De modo que me vi obligado a terminar mi carrera militar como simple sargento. Sí, dijeron que para un perro la categoría de sargento era un hecho insólito. Pero si le contara a usted la de atropellos que tuve que aguantar con el mito de la superioridad racial...
—Bueno, ahora ya pasó todo aquello —dijo Happy contemporizador—. Y ha vuelto a ingresar usted en la Universidad. ¿Qué estudia?
—Antropología, desde luego —respondió Irish—. Pero ya hemos hablado bastante de mí. ¿Qué era lo que quería enseñarme, caballero?
—En realidad no creo que pueda interesarle —dijo Happy—. Es algo que para usted no tiene ninguna utilidad. Verá, se trata de una ratonera, y presentársela sería como ofrecer unas botas a un zapatero.
—¿Por qué? Desde luego soy perfectamente capaz de cazar ratas por mí mismo. Y es cierto que todavía soy un perro joven, pero no dispongo de tiempo para dedicarme a ese deporte. Creo que voy a echarle un vistazo a su modelo.
Con una sensación de alivio, el vendedor se puso en pie y sacó su ratonera eléctrica. Con un ratón de goma demostró sus posibilidades.
—Me parece estupenda —dijo Irish—. Maureen, ven a echarle una mirada a este aparatito...
El perro hembra se maravilló también de la eficacia de la ratonera.
—Vamos a quedarnos con una, Irish —dijo—. Nos ahorrará una gran cantidad de trabajo.
—Bueno —dijo Irish—. Haga usted un pedido para nosotros, caballero. Muy bien. Ahora tenga la bondad de poner la pluma entre mis dientes y lo firmaré. Gracias.
Happy secó discretamente la saliva que el perro había dejado en su pluma y se dispuso a marcharse.
—Venga a visitarnos cuando guste —dijo Irish—. Podría venir una noche y roer un hueso con nosotros.
Happy se obligó a soltar una risita.
—Es usted un bromista, Mr. Setter —murmuró, y experimentó una intensa sensación de alivio cuando su cliente estalló en un alegre ladrido y cerró la puerta detrás de él.
Happy Horman respiró profundamente y luego se volvió a mirar en dirección a la casa. No se veía a nadie detrás de las ventanas. Happy miró su libro de pedidos. Allí estaba la firma: I. Setter. Happy Horman sacudió la cabeza, se encogió de hombros y se encaminó a la casa siguiente.
Llamó. Un joven regordete abrió la puerta.
—Perdone —dijo Happy—. ¿Está su perro en casa?

Richard Wilson