El
grupo de viviendas próximo a la Universidad estaba recién
terminado. El vendedor, John P. ("Llámeme Happy") Horman,
había esperado una semana, después de que los inquilinos se
instalaron, para hacer su ronda con su ratonera eléctrica de muestra
y su libreta de pedidos. Empezó por la esquina meridional del grupo
y llamó a la primera puerta.
Mientras
se abría, Happy empezó su perorata. Hacia el final de la segunda
frase se interrumpió en medio de una sílaba al darse cuenta de que
estaba hablando con un perro. Un perro hembra.
Happy
quedó confundido.
—¿Está
el dueño en casa? —preguntó.
—Espere
un momento —dijo el perro.
La
puerta se cerró y Happy se quedó mirándola con expresión
asombrada. Luego volvió a abrirse. Un perro de mayor tamaño
preguntó:
—¿Qué
desea usted?
—Esto
es absurdo —dijo Happy—. Cuando le pregunté al otro perro si el
dueño estaba en casa me refería al dueño de la casa, no
a su dueño.
—Consultó la lista de nombres de las familias que vivían en el
grupo—. Busco a un tal Mr. Setler.
—El
nombre es Setter —dijo el perro—. Lo han escrito mal. Yo soy el
dueño de la casa. ¿Puedo hacer algo por usted?
—No
lo sé. —Happy Hormar se quitó las gafas, las limpió, volvió a
colocárselas, se metió el pañuelo en el bolsillo y contempló al
animal rojizo que estaba ante él—. Esto es muy raro. ¿Es usted un
perro parlante?
—Desde
luego. —El perro espantó una mosca con su rabo—. ¿Es usted un
hombre parlante?
—Bueno...,
sí.
—Entonces
¿por qué no dice usted algo? ¿Pertenece usted a la compañía
constructora? En ese caso quiero que se ocupe usted de nuestro
fregadero. Gotea, ¿sabe? Y mi hijo Whiffet está cansado de lamer el
agua que se vierte.
—Mr...
ejem... Setter —dijo Happy cerrando los ojos—, represento a la
Ohm Electric Rat Trap Company. Nuestro lema es "Ningún hogar
sin una ratonera" —Sonrió vacuamente—. Creo que puede
interesarle una pequeña demostración, que le haré con mucho gusto.
Es decir, creo que
usted...
La
puerta se abrió un poco más y apareció el perro que había
recibido a Happy.
—Irish,
querido —dijo—, ¿te importaría entrar o salir? La perrera está
enfriándose.
—La
casa, Maureen, no la perrera.
—Bueno,
la casa. Pero ¿por qué no le dices a este señor que entre?
—Sí,
¿quiere usted pasar, caballero? —dijo Irish—. Si es que no le
importa encontrar la casa un poco desordenada.
Happy
entró y se sentó en el borde de una silla de madera completamente
normal. Miró a su alrededor con interés, pero los muebles que vio
eran los de una vivienda corriente. No parecía la casa de un perro,
aunque no cabía duda de que erala
casa de un perro.
Irish
se instaló cómodamente en un sofá, en tanto que Maureen se
disculpaba diciendo que era la hora de dar de mamar a sus cachorros
más pequeños.
—¡Qué
ganas tengo de destetarlos! —exclamó.
Happy
Horman enrojeció.
—Mr.
Setter —dijo Happy—, le ruego que me perdone si le parezco
curioso, pero me gustaría saber cómo..., es decir, por qué...,
bueno, cómo es que vive usted aquí.
—¿Y
por qué no? —dijo Irish—. No soy ningún indeseable.
—Pero
yo creía que estas casas eran construidas para veteranos.
—Yo
soy un veterano —dijo el perro—. ¿Desea ver mi honrosa licencia
del Cuerpo K-9?
—¡Oh!
Pero para ocupar una de estas viviendas hay que ser estudiante y
estar casado...
—Estoy casado,
caballero —replicó dignamente Irish—. No creerá usted que estoy
viviendo con una cualquiera, ¿verdad?
Happy
tosió para disimular su turbación.
—Por
favor, Mr. Setter, no he querido decir tal cosa ni muchísimo menos.
Pero ¿cómo puede ser usted un estudiante? De la Universidad quiero
decir. Todos los estudiantes son de naturaleza humana, y usted...
ejem..., siendo un... un canino...
—Puede
llamarme perro, no me importa. ¿Le gustaría oír toda la historia?
—Sí,
desde luego, me gustaría.
—Empezó
alrededor de 1949 —dijo Irish instalándose más cómodamente en el
sofá—. Mi dueño (antes de que me convirtiera en mi propio dueño)
era el profesor Neil Wendt, el hombre con más conocimientos de
física nuclear del país. ¿O debo decir el "homo sapiens"
con más conocimientos de física nuclear? —preguntó irónicamente.
Happy
dejó oír una risita falsa.
—No
comprendí nunca claramente, ni siquiera lo comprendo ahora, lo que
estaba haciendo Wendt, pero yo era su compañero inseparable, su fiel
amigo. Luego, un día quedé afectado por unas radiaciones, y cuando
Wendt me Ilamó dije "Voy". Tal como se lo cuento. No sé
quién quedó más sorprendido, si Wendt o yo. Después de los
primeros instantes de confusión nos sentamos y hablamos del asunto.
Descubrimos que podíamos ayudarnos considerablemente el uno al otro.
Yo sugerí unas cuantas mejoras en su personal, ya que en mi calidad
de perro había podido enterarme de muchas cosas que hasta entonces
no me había sido posible revelar. Y Wendt habló con el rector de la
Universidad para que me permitiera matricularme. Obtuve el grado de
bachiller. ¿Ha estudiado usted alguna carrera universitaria,
caballero?
—Ejem...,
no —dijo Happy.
—Hum.
Bueno, más tarde me di cuenta de que había cosas más importantes
que los libros. Me refiero a la guerra de Corea. De modo que me
alisté como buen norteamericano. El Cuerpo K-9 es una unidad
excelente, dentro de sus limitaciones, y no tardaron en ascenderme a
sargento. Pero tropecé con el sistema de castas. Completamente
injusto. Había oído decir que admitían solicitudes para ingresar
en la escuela de oficiales y presenté la mía. Mi sargento mayor se
rió de mí, pero yo insistí y obtuve una entrevista con el jefe del
regimiento. Me recibió muy amablemente, pero se negó a cursar mi
solicitud. Dijo que sería una pérdida de tiempo. Las Ordenanzas del
Ejército no preveían el caso. ¡Las Ordenanzas del Ejército son un
verdadero asco! De modo que me vi obligado a terminar mi carrera
militar como simple sargento. Sí, dijeron que para un perro la
categoría de sargento era un hecho insólito. Pero si le contara a
usted la de atropellos que tuve que aguantar con el mito de la
superioridad racial...
—Bueno,
ahora ya pasó todo aquello —dijo Happy contemporizador—. Y ha
vuelto a ingresar usted en la Universidad. ¿Qué estudia?
—Antropología,
desde luego —respondió Irish—. Pero ya hemos hablado bastante de
mí. ¿Qué era lo que quería enseñarme, caballero?
—En
realidad no creo que pueda interesarle —dijo Happy—. Es algo que
para usted no
tiene ninguna utilidad. Verá, se trata de una ratonera, y
presentársela sería como ofrecer unas botas a un zapatero.
—¿Por
qué? Desde luego soy perfectamente capaz de cazar ratas por mí
mismo. Y es cierto que todavía soy un perro joven, pero no dispongo
de tiempo para dedicarme a ese deporte. Creo que voy a echarle un
vistazo a su modelo.
Con
una sensación de alivio, el vendedor se puso en pie y sacó su
ratonera eléctrica. Con un ratón de goma demostró sus
posibilidades.
—Me
parece estupenda —dijo Irish—. Maureen, ven a echarle una mirada
a este aparatito...
El
perro hembra se maravilló también de la eficacia de la ratonera.
—Vamos
a quedarnos con una, Irish —dijo—. Nos ahorrará una gran
cantidad de trabajo.
—Bueno
—dijo Irish—. Haga usted un pedido para nosotros, caballero. Muy
bien. Ahora tenga la bondad de poner la pluma entre mis dientes y lo
firmaré. Gracias.
Happy
secó discretamente la saliva que el perro había dejado en su pluma
y se dispuso a marcharse.
—Venga
a visitarnos cuando guste —dijo Irish—. Podría venir una noche y
roer un hueso con nosotros.
Happy
se obligó a soltar una risita.
—Es
usted un bromista, Mr. Setter —murmuró, y experimentó una intensa
sensación de alivio cuando su cliente estalló en un alegre ladrido
y cerró la puerta detrás de él.
Happy
Horman respiró profundamente y luego se volvió a mirar en dirección
a la casa. No se veía a nadie detrás de las ventanas. Happy miró
su libro de pedidos. Allí estaba la firma: I.
Setter. Happy
Horman sacudió la cabeza, se encogió de hombros y se encaminó a la
casa siguiente.
Llamó.
Un joven regordete abrió la puerta.